Volvemos a la ruta (una vez más, perdí la cuenta de los días), a perseguir la sombra del caballero andante, el del rocín flaco, recogiendo los versos que otros sembraron en la fértil llanura manchega. Y (casi) sin querer, ni proponérnoslo, arribamos a Tomelloso. Donde como es costumbre en la Mancha nos dieron bien de comer.
En la Plaza de España se alza la emblemática Posada de los Portales, un bonito edificio del siglo XVIII que cumplía funciones de albergue-posada de viajeros y caballerías. Su visión nos traslada a otro tiempo, a una época en que atravesar estas regiones era una auténtica aventura, que según las circunstancias podría transformarse en una odisea. O al menos en el argumento de una novela costumbrista con toques de realismo (pero nada de magia ni fantasía que ya sabemos como de seria es la literatura española).
Una época en que las piernas de hombres y mujeres eran el medio de locomoción más utilizado, los ritmos vitales eran muy diferentes, las prisas y el estrés no se habían alojado aún en las cabezas de las personas. El Sol, la Luna y las estaciones del año marcan el día a día, el reloj aún no se había transformado en el cruel tirano que nos ordena y manda.
La vid es el motor económico de Tomelloso desde hace unos 150 años. Las altas chimeneas de sus destilerías forman parte del paisaje manchego. Uno de los principales productores de alcohol a partir del vino. Nos situamos en el corazón de uno de los viñedos más grandes del mundo. Las afamadas bodegas de Jerez se proveen de este aguardiente para elaborar su apreciado Brandy.
Pero además, Tomelloso cuenta con unas 600 cuevas dedicadas al envejecimiento de los caldos de la región. Las mujeres, conocidas como “terreras” trabajaron duro en la construcción de las cuevas. La tímida industrialización manchega está muy estrechamente vinculada a la vid.
Paseando por el animado centro de Tomelloso pude oír una interesante conversación, de la que prefiero no desvelar nada, entre el jefe de la policía Plinio y su Watson particular, Don Lotario. Estoy convencido que nuevamente serán capaces de resolver el caso en el que andan envueltos.
Mis notas sobre la Mancha, que en algún momento decidí titular Mis Caminos del Quijote, caminan hacia adelante y hacia atrás, saltan en el tiempo, y por supuesto en el espacio.
Quijote y Sancho quisieron pernoctar en la Posada de los Portales, mas sus bolsillos estaban vacíos, y el posadero, hombre práctico donde los haya, no creía ni en honorables caballeros, ni en bonachones escuderos. Esta noche toca otra vez dormir al raso.
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