Inventada por el médico, y
también diputado francés, Joseph Ignace Guillotín, la guillotina
pretendía hacer más humanitarias (¿una muerte indolora?) e
igualitarias las ejecuciones. La guillotina se convirtió en el
símbolo del Terror, fue el instrumento utilizado para decapitar a
los condenados a muerte, algo reservado desde la Antigüedad para la
nobleza. En ese sentido el pueblo llano había conseguido igualarse
con los grupos privilegiados de la sociedad.
Una alta puerta sin puerta, un
marco vacío. En lo alto, suspendido, el filo mortal.Tuvo varios
nombres: la Máquina, la Viuda, la Afeitadora. Cuando decapitó al
rey Luis, pasó a llamarse la Luisita. Y por fin fue bautizada, para
siempre, la Guillotina.
En vano protestó Joseph
Guillotin. Una y mil veces alegó que no era hija suya esa verduga
que sembraba el terror y atraía multitudes. Nadie escuchaba las
razones de este médico, enemigo jurado de la pena de muerte: dijera
lo que dijera, la gente seguía creyendo que era el papá de la
primera actriz del espectáculo más popular de las plazas de París.
Y la gente también creyó, y sigue creyendo, que Guillotin
murió guillotinado. En realidad, él echó el último suspiro en la
paz del lecho, con la cabeza bien pegada al cuerpo.
La guillotina trabajó hasta 1977, cuando un modelo
ultrarrápido, con mando eléctrico, ejecutó a un inmigrante árabe
en el patio de la prisión de París.
Eduardo Galeano Espejos. Una
historia casi universal.
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