Nací a
finales de los setenta, y sobrepasada la primera década de vida,
pasaba horas enteras sentado en el suelo del salón de casa, delante
de la televisión, tragándome todos los programas deportivos de la
Segunda Cadena (para los más jóvenes me refiero a La 2). Un deporte
que nunca practiqué, pero que siempre me ha parecido divertivo y
emocionante, es el balonmano. De aquellos partidos recuerdo a un
jugador yugoslavo de carácter, muy alto y que lucía una
característica barba, llamado Vujovic, que además, marcaba goles
como churros, gracias a su potencia de salto y al cañón que tenía
en su brazo.
Vujovic
nació en un pequeño pueblo de la actual Montenegro y en 1980 fichó
por la Metaloplastika Sabac, el club que dominó el balonmano
yugoslavo y continental (siete ligas y dos copas de Europa). En 1986
fue designado mejor deportista de Yugoslavia, sucediendo a otra
leyenda del deporte mundial, al malograro Drazen Petrovic. Vujovic
formó parte de una excelente generación de Yugoslavia, con la que
disputó 199 partidos. Con la selección plavi Vujovic se colgó la
medalla de oro en los Juegos Olímpicos en Los Ángeles 1984 y en el
mundial de 1986, el bronce olímpico en Seul y la plata en el mundial
de 1982.
En 1988 los
dos grandes equipos españoles del momento, el Atlético de Madrid y
el Fútbol Club Barcelona, pugnaron por su fichaje. Valero Rivera
consiguió llevárselo a la ciudad condal, un fichaje, que al igual
que Johan Cruyyf en la sección de fútbol, cambió la mentalidad del
equipo. Con él en el campo, en 1991 el Barça consiguió, por fin,
levantar la tan ansiada la Copa de Europa.
Un tipo de
gran personalidad, con gran visión de juego, decisivo y muy
completo, sus palabras iban a misa, algunos compañeros de vestuario
le tenían tanto miedo como respeto, capaz de fumarse un cigarrillo
en el descanso y volver a la cancha para hincharse a meter goles y
dar asistencias.
Dos días
después de retirarse como jugador, Vujovic comenzaba su carrera de
entrenador, precisamente en la Metaloplastika. Desde el banquillo
sigue transmitiendo sus conocimientos, experiencia y filosofía de
juego a sus aventajados alumnos.
En 1989 fue
elegido mejor jugador del mundo por la IHF. Un jugador agresivo, un
poco cabroncete en el campo, como él mismo ha confesado, con
capacidad de liderazgo y mentalidad ganadora, determinante tanto en
ataque como en defensa. Para él, lo importante no era (ni es)
participar, la victoria siempre ha sido, es y será, su único
objetivo. Algunos aficionados al balonmano lo consideran el mejor
jugador de la historia, un deportista cambiar de ganar el sino
blaugrana en Europa.
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