jueves, 5 de marzo de 2020

LAS REINAS Y LA TRANSMISIÓN DEL PODER EN EL EGIPTO FARAÓNICO.





Reinas, esposas y madres eran las personas más cercanas al faraón. Su función ceremonial y religiosa complementaba la del faraón. La función principal de estas mujeres era dar descendencia legítima al monarca. Algunas reinas influyeron en la política del país e incluso llegaron a asumir el papel masculino de faraón.

El faraón era el centro de la sociedad del Antiguo Egipto y las mujeres del ámbito real no escapaban a este regla. Los títulos de la reina se caracterizaban por su estrecha relación con el soberano; nos referimos a la esposa, la madra o la hija del rey. El carácter divino del faraón se complementaba con el aspecto divino de la realiza femenina. En ese sentido, la reina también se situaba en un nivel diferente (y superior) al resto de los mortales.

Durante el Imperio Medio algunas hijas y esposas reales comenzaron a utilizar el cartucho faraónico para escribir sus nombres (al igual que los faraones). Insignias y tocados (como el de la diosa Hathor) de las divinidades femeninas fueron empleados por las reinas en exclusividad. Esta diferenciación también queda reflejada en las tumbas. En el Imperio Antiguo eran enterradas en pirámides, más pequeñas que las del rey. En el Imperio Nuevo ya tuvieron un lugar de enterramiento propio, el Valle de las Reinas.

Como hemos señalado, en el Imperio Antiguo las reinas eran enterradas en pirámides, aunque de tamaño más pequeño que las del faraón, aunque diferenciadas de las mastabas de los nobles. Al sur de la pirámide de Micerino están las pequeñas pirámides de las Esposas Reales, entre ellas la de Jamerernebti.

El faraón practicaba la poligamia, así como el matrimonio consanguíneo con hermanas e hijas, una costumbre habitual encaminada a reforzar el carácter divino. Este tipo de matrimonio se ha interpretado a partir del papel de la hija como poseedora del derecho de transmitir el pode real, de ahí que el heredero también se casara con su hermana. Esta hipótesis es simple especulación, ya que no existió una línea ininterrumpida de herederas que transmitieran el poder faraónico. De todas formas esto no menoscaba el papel institucional ejercido por las hijas del rey.

Cuando el faraón carecía de descendencia masculina de sus esposas principales, un hecho que provocaba auténticas crisis institucionales, el matrimonio con una hija del rey legitimaba la subida al trono de un hijo de una esposa secundaria o concubina real, incluso de un advenedizo. El nuevo monaarca entroncaba así con la familia reinante. Sin embargo, son múltiples los ejemplos de mujeres que, no perteneciendo a la familia real, llegaron a ser esposas principales del monarca.

Además de dar un heredero al trono, la reina desplegaba una gran actividad en el ámbito religioso y ritual, acompañaba al rey en los actos civiles y religosos, y también participaba en la gestión de los grandes harenes. Disponía de residencia y de recursos propios, consistentes en dominios y en personal adjunto.

Algunas reinas destacaron también por su actividad política, y de consejeras, como fue el caso de Amosis Nefertari, Tiy, Nefertiti o Nefertari. Otras llegaron a ejercer el mando actuando como regentes de sus hijos, tal como hizo Merireanjenes viuda de Fiope I o Ahhotep, la madre de Amosis, fundador de la dinastía XVIII. A veces es posible deducir el poder que ostentaron estas reinas a partir de los restos de tumbas que sólo podían ser de faraones, y donde fueron inhumadas reinas como Merneit (dinastía I) o Jentkaus (dinastía IV). Entre todas, unas pocas llegaron a lo más alto del poder, se convirtieron en auténticas reinas faraón. Las listas reales nos confirman la función de rey de algunas mujeres, según Manetón, Nitocris, Escemiofris, Hatshepsut, Tausert y (por supuesto) Cleopatra VII.


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