viernes, 10 de enero de 2020

PIRATAS DEL BÁLTICO DURANTE EL PERÍODO HANSEÁTICO.




El Báltico significa para el Norte de Europa lo mismo que el mar Mediterráneo para el sur. Vía de comunicación y de intercambio cultural y económico, mares que definen (e influyen) en las diferentes sociedades humanas que viven en sus orillas. Un medio marino que une, más que separa, un ámbito compartido por todos los pueblos ribereños. Ambos mares han sido, a lo largo de la historia, focos y teatro de operaciones de piratas que se lanzaban a depredar los barcos cargados de riquezas y mercancías que se dirigían a los dinámicos puertos de las prósperas ciudades.

La imagen popular del pirata, y para comprender esto solo debemos pensar en Long John Silver o el histriónico Jack Sparrow, está determinado por una interpretación romántica (Lord Byron, o nuestro José de Espronceda) que termina diseñando mitos y leyendas (como sucede también con los bandoleros andaluces). En realidad estamos ante contrabandistas, extorsionadores, asesinos y gente de mala vida que, por decisión, o por imposición, terminan viviendo al margen de la sociedad. Una sociedad que los ha visto nacer, los ha convertido en lo que son y que los ha proscrito; una sociedad que los teme, y en ciertos aspectos, los admira.

Muchos piratas hicieron fortuna, labraron una reputación e inscribieron su hombre en la historia, entre los siglos XIV y XVI en el entorno del mar Báltico y del mar del Norte: Klaus Störtebeker, Paul Beneke, Margareta Dume, Hans Pothorost y Bartholomäus Voet.


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