Esencia marinera asturiana.
Luarca se arremolina entre dos cerros separados por el río Negro
antes de su desembocadura en el mar. Encantadora villa cantábrica
volcada al mar, el agua y la sal están presentes en cualquier
rincón. Tierra de marineros, Luarca prestó navegantes al rey
Fernando III y su hijo, Alfonso X, le concedió leyes y fuero. Gente
tenaz que decidió vivir encima de las olas. Pescadores, marineros y
balleneros, cada mañana se reunían en la Mesa de Navegantes y
Mareantes para decidir si tocaba salir a faenar o permanecer en
tierra. Leyendas trágicas que mezclan amores prohibidos y piratas,
cuentan las piedras que yacen en el fondo de la ría a la altura del
Puente del Beso.
Luarca, la Villa Blanca de la
Costa Verde, tiene su origen en un modesto enclave medieval que tenía
en la captura de ballenas su actividad más destacada. La Pescadería
y el Cambaral son los barrios tradicionales que se encuentran enla
orilla del mar, mientras que la ciudad moderna, un destacado núcleo
turístico, crece hacia el interior a ambas orillas del río Negro.
Una histórica villa que se
abre al mar Cantábrico y que duerme acurrucada en los cercanos
acantilados. Los muelles y la zona noble ocupa las tierras más
bajas, mientras que las casas y los barrios de marineros y pescadores
se van disponiendo en las alturas.
Caminando cerca del litoral,
atravesando aldeas y transitando por senderos rodeados de maizales,
los esforzados peregrinos, que tienen su objetivo en la tumba del
Apóstol, se aproximan pasito a pasito a la embaucadora Luarca, la
capital del Concello de Valdés. Sin duda uno de los hitos más
interesantes del Camino de Santiago en su ruta norteño costera.
La ruta xacobea penetra en Luarca por la calle de la Carril y aquí se levanta el Palacio del Marqués de Ferrera, un conjunto arquitectónico formado por tres edificios construidos entre los siglos XV y XVIII, y que se encuentran unidos por el Arco Bayón. El arco sirve de pasaje que comunica uno de los barios altos con el cauce del río.
Históricamente este crucero
estaba colocado aquí, a la entrada del Puente Viejo, junto al Camino
Real.
Pisas Luarca por vez primera, y
enseguida descubres que te encuentras en un lugar cargado de
leyendas, como aquella que relata el origen de su nombre. Se cuenta
que un siglo antes de la primera mención documentada de la
existencia de la villa, llegó a Luarca el Arca Santa, la misma que
ahora (y desde la Edad Media) es custodiada en la Cámara Santa de la
Catedral de Oviedo. Cuando la citada Arca iba a atravesar la puerta
de la iglesia, un gran lobo bajó por la calle y se postró ante el
relicario. De esta fugaz escena, de la unión de lobo y arca,
Lobarca, y luego Luarca.
En el lugar donde el río Negro
fusiona sus aguas con las saladas del Cantábrico, nació Luarca,
como una aldea refugio de pescadores. El barrio más genuino de
Luarca (por motivos obvios) es la pescadería. El más antiguo de la
localidad, junto con el Cambaral, se encarama por la ladera del monte
El Chano.
Las estrechas y sombrías
calles, serpentean montaña arriba, aún conservan el trazado
medieval y típico sabor marinero. Si continuamos el ascenso podemos
asomarnos al Mirador del Chano, que nos regala preciosas panorámicas
de la Villa Blanca de la Costa Verde.
La capilla de San Roque y San
Martín, originaria del siglo XVIII, subida y reedificada en 1916 por
los vecinos de El Chano hasta este privilegiado balcón natural.
Desde las alturas. Para coger
perspectiva (e intentar captar, si quiera por unos instantes, la
totalidad) tomamos altura (al igual que hacen los alocados
protagonistas de la Torre de Suso) y observamos el sosegado fluir del
río Negro, que después de atravesar el legendario Puente del Beso,
desemboca en el Cantábrico dando forma a una pequeña ensenada.
Podemos fijar nuestra mirada en el puerto pesquero y detenernos en
cada detalle, o dirigir la vista hacia el fondo, al anfiteatro que
configuran los barrios del Cambaral y La Carril, el camino histórico
de la ruta xacobea a su entrada en la villa.
Los espigones de piedra
protegen la playa luarquesa de la bravura del mar Cantábrico, las
olas estrellan toda su violencia contra la piedra.
Nací en Asturias y para mí
la realidad comienza, naturalemente, con Asturias. Yo nací en una
calle del pueblo de Luarca cercana a la iglesia. Severo Ochoa,
que recibió el Premio Nóbel de Medicina por sus estudios sobre el
ARN y el ADN, es el hijo más célebre e ilustre de Luarca.
Los pueblos marineros como
Luarca son capaces de crear un microcosmos, con sus tradiciones y sus
leyendas. Barrios colgados en los acantilados cuyo único contacto
con el mundo es a través del mar. No faltan ni las gaviotas, ni las
barcas de colores, la sidra corre por los bares y restaurantes que un
tiempo fueron tabernas portuarias.
Los vecinos de Luarca consagran
su vida al mar, y el Gremio de los Mareantes, marcaba las
directrices. En este siglo XXI, la pesca (Sector Primario) ha cedido
su lugar a la hosteleria (Sector Terciario). Renovarse o morir.
Corría el año 844, cuando
saqueadores vikingos desembarcaron a los pies del barrio de Cambaral,
y el señor de esta tierra, Don Teudo Rico de Villademoros (un nombre
de claras reminiscencias visigodas) les salió al encuentro al frente
de los vecinos de Valdés. En el enfrentamiento el señor Teudo dio
muerte al capitán de los asaltantes.
En el año 1248 la villa de
Luarca prestó una nao a la armada que estaba reuniendo el rey
Fernando III para completar la conquista de Sevilla. A partir de esta
época, y cada vez más, los monarcas castellanos (del mismo modo que
hacían en el resto de reinos europeos) buscarán apoyos en las
ciudades.
Alfonso X el Sabio (hijo del
anterior) en el año 1270 concedió un fuero a los vecinos de Luarca.
Legisla especialmente sobre la caza de ballenas, las pesquerías y el
comercio marítimo.
Hacia 1380 naos luarquesas
formaron parte de la armada castellana del almirante Fernando Sánchez
Tovar, que remontó el Támesis, prendió fuego a Winchelsea y a
algunos barrios de Londres.
Pescadores, vecinos de Luarca,
supieron recoger, con amor y fe, la imagen de la Santa Virgen
aparecida en el mes de noviembre del año 1530.
Nuevamente en el año 1601 los
luarqueses tuvieron que defender sus casas y sus vidas frente a un
ataque corsario.
A punto de acabar el siglo
XVIII, un ermitaño conocido como Juan de la Cruz, que vivía como
buenamente podía al pie de la capilla gremial de la Atalaya, fundó,
junto a cien devotos mareantes, la Cofradía de Nuestro Padre el Buen
Jesús Nazareno. Nacía así la Semana Santa de Luarca.
En ocasiones fueron los cañones
de la ciudad los que barrieron y dispersaron a la escuadra británica,
tal y como aconteció en 1745 frente a la Concha.
Durante la Guerra de
Independencia, el Regimiento de Luarca participó de forma activa en
la liberación de Galicia. Creado
y aprobado en la ciudad de Oviedo el 20 de junio de 1808 con el
nombre de Regimiento de Infantería de Luarca, bajo el pie de un
único batallón de a 10 compañías y una fuerza teórica de 1.000
hombres. Fue su primer coronel D. Juan Cañedo Miranda. Más información en Regimiento Infantería de Luarca.
Muchos luarqueses murieron en
la mar a lo largo de los siglos. En 1819 una flotilla de lanchas
boniteras naufragó a la vista del puerto, durante una horrorosa
galerna, pereciendo 138 pescadores. Jamás una villa marinera pagó al
Océano un tributo tan alto en vidas humanas.
En 1869 el bergantín Favorita,
construido en los astilleros de la localidad, realizó la travesía
entre Filadelfia y Luarca en sólo 17 días.
Las tradiciones ancestrales se
han mantenido vivas hasta hace poco tiempo. El rancho de la compaña
a bordo de una lancha bonitera, precedida de la oración para que
Dios les libre de los innumerables peligros de la mar.
La leyenda medieval del Puente
del Beso. El mar susurra leyendas que el tiempo transforma en historias ciertas. La leyenda del Puente del Beso tuvo lugar en una época turbulenta, cuando turcos y españoles peleaban por el control de los mares que bañan el sur de Europa. El pirata berberisco Khan-Baral abandonó su tierra a orillas del cálido mar Mediterráneo y vino a subyugar esta costa asturiana, realizando saqueos sistemáticos a las pacíficas (e indefensas) localidades pesqueras.
El señor de la fortaleza de la
Atalaya decide pasar a la acción y recluta a los más valientes,
decididos y fornidos hombres de Luarca, que emboscan al capitán
pirata, simulando ser inofensivos pescadores. Khan-Baral cae en la
trampa, resultando herido y apresado. Encerrado en una oscura
mazmorra, es María, la hija del Señor de la Fortaleza, la encargada
de curarle las heridas. El tiempo compartido, lejos de miradas
inquisitoriales, envalentonó los corazones, y entre ambos jóvenes
surgió un amor imposible y prohibido.
Conocedores del destino que
aguardaba al corsario, María consigue sacar de la mazmorra a su
enamorado, y juntos emprenden una desenfrenada huida. Protegidos por
la oscuridad de la noche, burlan a la guardia y callejeando por los
caminos menos transitados logran alcanzar el puerto De ahí, a la
libertad, solo quedaba un paso.
Creyéndose a salvo, detienen
la marcha, y se funden en un apasionado beso, sin percatarse, de las
espadas que se ciernen sobre ellos. A la luz de la luna el frío
acero cercena dos cabezas y una amor trágico. En este lugar se
levanta un puente, conocido como Puente del Beso, en recuerdo de los
dos desdichados amantes.
Aunque la tradición popular
atribuye el nombre del barrio Cambaral (Khan – Baral) , a la
leyenda del corsario berberisco y la joven doncella luarquesa, el
topónimo procede de un término asturiano, cámbaru, que se
refiere a unos pequeños cangrejos que se adhieren a los muros del
puerto. El historiador, y cronista local, Martínez Losada, explica
que todas estas leyendas son únicamente producto de la fantasía,
que no cuentan con ninguna base real.
La ermita, el faro y el
cementerio observan la villa de Luarca y el horizonte desde el
promontorio de la Atalata.
El Camposanto, blanco e
inmaculado, se asoma al mar desde el promontorio de la Atalaya. Entre
panteones y lápidas humildes se encuentra la tumba del doctor Severo
Ochoa.
El faro de Luarca, inaugurado
en 1862, se enclava en el lugar donde aún se conservan restos de la
muralla del fuerte que servía como baluarte defensivo frente a los
ataques corsarios entre los siglos XVI y XVIII. La tradición
mantiene, que ya en el siglo X, en este promontorio se reunían los
miembros del Gremio de Mareantes para encender hogueras que orientasen
a las embarcaciones por la costa.
La Capilla de la Virgen del Mar
es el templo de la gente de la mar, existiendo referencias de la
Ermita de la Atalaya en el siglo XIV. Ampliada en el siglo XVI, su
estructura actual data del siglo XVIII. Hasta 1850 sirvió de faro de
navegantes con una luz encendida en el campanario. Antaño partía
de esta iglesia una procesión que bendecía las olas los días de
tormenta. El sacerdote abría el desfile, los luarqueses le seguían
portando teas encendidas, y entonaban el Salve Stella Maris. Hincado
de rodillas frente al mar, lanzaba plegarias por la salvación de los
marineros que faenaban lejos del puerto.
El lugar más interesante (al
menos desde un punto de vista histórico) de Luarca se encuentra en
este barrio del Cambral, la Mesa de Mareantes y Navegantes. Una gran
mesa de pizarra alrededor de la cual se reunía durante la Edad
Media, el Consejo de la Villa. Un tiempo después se llamó
Novilissimo Gremio de Mareantes y Navegantes fijosdaldos de Luarca y
durante ocho siglos trató los asuntos de la gente de la mar. La
obra de azulejos (1955), del pintor y escultor Goico Aguirre,
escenifica una reunión de maestros de naos del siglo XV.
Desde
el siglo XIII hasta el XV, incluso hasta el XVI (Uría Ríu, 1972),
la historiografía más acreditada insiste en que la denominación
que consta en la documentación asturiana conservada es la de
cofradía
y, por
tanto, los nombres que pueden utilizarse para denominar a estas
primeras sociedades de mareantes son los de cofradías
(Ruiz
de la Peña, 1981), cofradías
de oficios (Uría
Ríu, 1972) o cofradías
gremiales (Rumeu
de Armas, 1944). Esto es así porque en ese momento el vínculo
aglutinador más importante entre los cofrades es precisamente el
religioso. Bajo la advocación de un santo patrón o patrona se reza,
se celebran misas y funerales, se organizan procesiones y se bendicen
los barcos, pero también es un buen momento, una vez reunidos, para
resolver disputas, establecer acuerdos, fijar normas y ordenanzas o
ajustar negocios.
Eduardo
Núnez Fernández.
El
Gremio de Mareantes de Luarca.
Estado
actual de la investigación en torno a esta institución valdesana.
(2005).
Las
Ordenanzas
del Novilísimo Gremio de Mareantes y Navegantes Fijosdalgos de la
Villa y Puerto de Luarca y Tierra de Valdés cuyo
estudio y edición —sobre la copia hecha para la Real Academia de
la Historia en 1799— realizó en 1975 María Jesús Suárez
Álvarez, es uno de los dos textos de ordenanzas gremiales de
mareantes de Asturias anteriores a 1812 que hasta hoy conocemos en su
integridad. La mera existencia del texto, aun siendo una copia hecha
en el siglo XVIII de unas ordenanzas supuestamente fechadas en 1468 y
hoy desaparecidas, no deja muchas dudas sobre el peso institucional
que sin duda tuvo la entidad gremial en su tiempo.
La
ordenanza gremial de Luarca se enmarca en el contexto general de
otros textos normativos de cofradías gremiales del Cantábrico
(especialmente vascas y cántabras) entre los siglos XV y XVI.
Eduardo
Núnez Fernández.
El
Gremio de Mareantes de Luarca.
Estado
actual de la investigación en torno a esta institución valdesana.
(2005).
Curiosas costumbres del viejo
gremio de mareantes para decidir si salir, o no salir al mar, los
días de tiempo dudoso e inestable. Cuando no era posible llegar a un
acuerdo previo entre los patrones de las embarcaciones, se adoptaba
una decisión de manera democrática. En un extremo de la mesa se
dibujaba una casa y del otro una barca. En el lado de la barca se
colocaban los partidarios de salir a faenar, y en el de la casa
aquellos que pensaban que era más seguro dejar la flota amarrada en
el puerto. Si eran mayoría los primeros, cada cual podía hacer lo
que mejor le conviniese, salir al mar o quedarse en casa. Pero si los
segundos obtenían esa mayoría, se prohibía tajantemente hacerse a
la mar ese día.
Arponeros astures de Luarca
dura raza, Señora del Océano, domadora del viento y de la ola,
rival del ballenato entre la espuma.
Una mañana, mientras
deambulaba por los muelles de Luarca, encontré al capitán Achab y a
Ned Land. Uno trataba de reclutar una tripulación, el otro buscaba
un ballenero para enrolarse.
Las paredes de los edificios
que rodean el muelle rezuman agua y sal, y guardan en sus
habitaciones viajas historias de arponeros y pescadores, de valientes
hombres que desafiaban cada día al dios Poseidón. Viejos lobos de
mar que hace años que no zarpan, pero que no pueden evitar bajar
cada jornada a recibir a los botes que regresan de faenar, charlar
con los pescadores mientras reparan sus redes y aparejos, y contar
mil batallitas a turistas hechizados por el ambiente.
Hombres y barcos zarpan y se
dirigen hacia un horizonte incierto. Luarca espera siempre mirando al
mar.
Embaucadora villa pesquera en
el bravío Cantábrico, uno de los pueblos más bonitos de toda
España y de la Europa atlántica. La brisa trae olor a sal y sabor a
sidra, el rumor de las olas cuentan historias de marineros,
pescadores y arponeros, de un tiempo en que las ballenas lloraban
sangre.
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