jueves, 8 de noviembre de 2018

EL BAÑO DE LA CAVA.




A orillas del río Tajo, casi besando sus aguas, y dando la espalda a los recias y centenarias murallas toledanas, se yergue un robusto y solitario torreón, conocido desde hace siglos por los vecinos de la zona como Baño de la Cava. 


La leyenda, esa verdad inalienable de los pueblos, cuentan que fue aquí donde el último rey visigodo, el trágico don Rogrigo, quedase maravillado al contemplar a la hermosa Florinda la Cava, cuando bajaba a darse un baño. Este desaforado amor provocó la caída en desgracia del rey y la consecuente pérdida del reino.


     De una torre de palacio
se salió por un postigo
la Cava con sus doncellas
con gran fiesta y regocijo.
    Metiéronse en un jardín
 cerca de un espeso ombrío
de jazmines y arrayanes,
de pámpanos y racimos.
     Junto a una fuente que vierte
por seis caños de oro fino
cristal y perlas sonoras
entre espadañas y lirios,
     reposaron las doncellas
buscando solaz y alivio
al fuego de mocedad
y a los ardores de estío.
    Daban al agua sus brazos,
y tentada de su frío,
fue la Cava la primera
que desnudó sus vestidos.
     En la sombreada alberca
su cuerpo brilla tan lindo
que al de todas las demás
como sol ha oscurecido.
   Pensó la Cava estar sola,
pero la ventura quiso
que entre unas espesas yedras
la miraba el rey Rodrigo.
    Puso la ocasión el fuego
en el corazón altivo,
y amor, batiendo sus alas,
abrasóle de improviso.
    De la pérdida de España
fue aquí funesto principio
una mujer sin ventura
y un hombre de amor rendido.
     Florinda perdió su flor,
el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza,
él que gusto consentido.
    Si dicen quién de los dos
la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres; la Cava,
y las mujeres; Rodrigo. 
                                    ROMANCERO. 
 

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