Una capital improbable, cuyo
nombre evoca a otro tiempo, a una época en que el mundo estaba
dividido en dos bloques, Tirana simboliza lo lejano, lo inaccesible y
lo desconocido, capital de un pequeño y orgulloso país que siempre
quiso mantener su independencia contra todo, y contra todos, un país
que fue oficialmente ateo y que defendía el único socialismo
auténtico. El valiente Enver Hoxha rompió con la URSS, con la China
de Mao y con la vecina Yugoslavia de Tito, decidió echar el cerrojo
y aislarse del mundo. Del Occidental capitalista y del Oriental
comunista.
La capital albanesa ha pasado en
cien años de asentamiento otomano a capital de un estado socialista,
para terminar abriendose a la globalización y al capitalismo
occidental. Tras la declaración de independencia en 1912, Tirana
pasó de ser una pequeña ciudad de provincias en el Imperio Otomano
a la floreciente capital de una República Socialista.
Fundada por
los otomanos, fue rediseñada sucesivamente por los arquitectos
fascistas de Mussolini, por el partido comunista de Albania y por las
autoridades de la nueva democracia, la más joven de toda Europa. Su
alcalde Edi Rama llenó de color una ciudad que durante varias
décadas era gris, anodina y un tanto triste.
José Ignacio Torreblanca en El
Pais nos cuenta sus impresiones de Tirana “Miras a un lado y
chocas de frente con un monumental palacio de congresos de estilo
norcoreano presidido por un enorme mural donde se representa al
pueblo en armas. Miras a otro y te tropiezas con el neoclásico
típico del fascismo italiano, herencia de la ocupación por las
tropas de Mussolini. Y si te vuelves, entonces ves una pequeña
mezquita, una de las pocas que se salvó del régimen locoide de
Enver Hoxha, que declaró el ateísmo religión de Estado, impuso un
régimen de terror y destruyó una gran parte del patrimonio cultural
del país. Un pastiche interesante, pero problemático desde el punto
de vista histórico”.
La
capital de Albania se sitúa a unos cien metros sobre el nivel del
mar, rodeada de colinas y montes blancos (de ese color viene el
nombre de Albania), en el valle del río Ishëm. Relativamente
cercana al mar Mediterráneo, 30 kilómetros la separan de la costa.
Precisamente una de las carreteras mejores del país unen Tirana con
el histórico puerto de Durrës.
El
origen de Tirana se relaciona con un castillo – Kalaja e Tiranës –
mandado construir en su momento por el emperador Justiniano I y
posteriormente restaurado por los turcos. Hoy tan solo quedan unas
cuantas piedras de la fortaleza y de la presencia bizantina en la
ciudad.
Sulejman
Pashá, fue el verdadero fundador de la ciudad, en 1614. La Tirana
otomana contaba con una mezquita, un hamman y un mercado. Su
situación en una cruce de rutas de caravanes hizo posible su rápido
crecimiento.
Una ciudad
muy, muy diferente a la mayoría de las capitales europeas, nada que
ver con Praga, Riga, Madrid o Bratislava. Aquí no hay grandes
edificios, ni monumentos históricos, ni enormes rascacielos sedes de
empresas multinacionales. El escrito ruso Ilya Ehrenburg,
refiriéndose a la Avenida de los Mártires dijo en una ocasión que
había visto muchas ciudades sin grandes avenidas, pero que en Tirana
había visto por primera vez una gran avenida sin ciudad.
Sin embargo
desde la caída del comunismo Tirana ha crecido mucho (de 200.000 a
más de 600.000 habitantes) los arrabales se alargan hasta el
infinito. Recuerdo más de una hora conduciendo, desde que vimos las
primeras casas, hasta que llegamos al centro neurálgico, la céntrica
Plaza Skanderbeg.
Cualquier
visita a Tirana debe comenzar, casi obligatoriamente, en la Plaza de
Skanderbeg, junto a la estatua de este guerrero medieval que combatió
con éxito a los turcos. Durante varias décadas, una gran estatua
del líder Hoxha, presidía este enorme espacio.
Tirana es
una ciudad dual, bulliciosa hasta la media tarde, sosegada y
tranquila después del final de la jornada laboral. La avenida de los
mártires vertebra el corazón de la capital, comunica la Plaza
Skanderbeg y el Lago Sur. Mezquitas, museos, el Mausoleo abandonado
de Enver Hoxha, iglesias ortodoxas y el estadio nacional se disponen
en este eje vital. Este conjunto urbano fue diseñado en los años
'20 y '30 por arquitectos italianos.
Blloku era el barrio donde residia la élite, la nomenklatura comunista, incluido la de Hoxha. Una especie de ciudad prohibida, completamente vetada. Edificios construídos a lo largo de las sucesivas etapas, otomana, fascistas y soviética. Edificios que fueron coloreados por Edi Rama.
Tirana quiere convertirse en el futuro en una ciudad de referencia a escala mundial y ha proyectado un diseño novedoso para el año 2030, en el que conviven en perfecta armonía naturaleza y urbanismo.
Montañas
blancas en el horizonte, la torre del reloj, el minarete de la
mezquita (símbolo de la mayoría religiosa del país) y la silueta
del héroe Skanderbeg, foman la postal típica de Tirana. Capital de
la lejana, y enigmática Albania, una ciudad que poco a nada tiene
que ver con las capitales europeas. Aquí no verás avenidas
kilométricas, ni rascacielos que se pierden en un blanco océano de
nubes.
Tirana puede
parecer, a ojos de los extranjeros, una ciudad anodina, sin edificios
históricos de relevancia, ni rincones pintorescos y sugerentes, eso
sí, conviven en armonía mezquitas e iglesias, y sus vecinos harán
lo posible para que te sientas a gusto. En definitiva un capital
caótica, llena de color, rebosante de vida y prácticamente
desconocida para el turismo de masas.