miércoles, 30 de mayo de 2018

SORGINARITZAGA, EL ROBLEDAL DE LAS BRUJAS.




Cae la noche. No hay luna en el cielo. Oscuridad. Idoia, Edurne, la Ma, y otras mujeres del pueblo abandonan sus casas con sigilo. En el cálido interior duermen sus hijos, padres y maridos. No hay luz, ni llevan candil, pero ellas conocen el camino de ciegas, la tierra está húmeda por la copiosa lluvia del medio día y ni siquiera el viento se atreve a romper la quietud. En silencio sepulcral, las mujeres caminan en fila por el bosque hasta el punto de reunión. Robles – árbol del druida, árbol de la bruja – hayas, fresnos y algunos tejos, helechos bajos y rocas tapizadas por el musgo configuran un templo natural, atávico. El cielo infinito es la cúpula. Escobas, marmitas, mandrágora, el gran cabrón, el gato negro, la calavera, hedor de sapo, cadáver de nonato, leche materna, sangre menstrual, hongos alucinógenos, safismo. Nadie sabe que ocurrió en aquel akelarre, aunque la morbosa imaginación disfruta deleitándose con la escena. El lugar es conocido desde el siglo XVI como “Sorginaritzaga”, el robledal de las brujas.


El robledal de las brujas, sombrío, húmedo, encantado, une Roncesvalles con Burguete. Un enclave ciertamente evocador, aquí son posibles todo tipo de aventuras y también las pesadillas más horribles. Que fina es la línea que separa ambos mundos. Atravesando ese sendero espero, incluso, encontrarme en cualquier momento con el Basajaun, y me de las fuerzas suficientes para culminar con éxito este sufrido camino.


Un bosque de hayas, robles y alerces, que según la tradición era frecuentado por brujas. Aquí se celebraban algunos de los más conocidos akelarres del siglo XVI que motivaron una durísima y sonada represión, que acabó con nueve personas de la zona quemadas en la hoguera acusadas de practicar la brujería y la magia negra.

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