El panorama medieval estaba dominado
por el bosque y todas las formas de vida que dicho espacio conlleva.
El bosque impregna toda la cultura del Edad Media.
Vito Fumagalli en su libro “Las
piedras vivas” escribe: “A lo largo de toda la Alta Edad Media,
los bosques y selvas fueron, hasta el siglo XI, un medio familiar
para el hombre, que llevaba a cabo en estos lugares una serie de
actividades como la pesca, la caza y la cría de ganado al aire
libre. Toda una población de pastores y leñadores pululaba por
ellos, e incluso los bosques menos frecuentados por el hombre lo
estaban en cierto modo, ya que en ellos se establecían grupos de
ladrones, ermitaños, bandas de salteadores, invasores, como los
magiares, u otros pueblos que acudían del norte, del este o del sur
hacia la Vieja Europa”.
El Occidente Medieval quedará
configurado por multitud de pequeñas islas, en forma de castillo,
aldea, monasterio o ciudad, en medio de un inmenso océano verde, un
manto de bosques, desoladas llanuras, inhóspitos páramos e
insalubres y ciénagas cubren todas las tierras europeas,
especialmente al Norte de los Alpes.
El bosque marca la frontera entre
el hombre y la naturaleza, una frontera de límites difusos, que se
cruza una y otra vez en ambas direcciones; el Noble disfrutará de la
caza que le ofrece, el Caballero Andante se adentra en su espesura en
busca de aventuras, el Campesino roturará sus tierras para cultivar,
el Leñador proveerá de madera a toda la comunidad, el Pastor
llevará sus rebaños a pastar, el Boyero lo atravesará con sus
reses, el Proscrito encontrará un refugio seguro, el Ermitaño se
alejará del mundo, el Bandolero vagará por senderos ocultos donde
emboscarse y, más tarde, huir, y el Monje hallará la soledad
necesaria para alcanzar su comunidad con Dios.
El Bosque es un elemento esencial
para el hombre medieval.
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