Los germanos recogieron
sus bártulos, prepararon a sus caballos y marcharon a otras tierras
en busca de nuevas oportunidades. Amainó el temporal de Atila y sus
hunos, y entre ávaros, magiares y otros pueblos de jinetes
esteparios, fueron llegando al corazón de Europa los eslavos,
divididos (u organizados, según se prefiera) en una miriada de
pequeños grupos. Polanos, vislanos, pomeranos y otras tribus eslavas
(que tenían en común la lengua), aprovechando las masiva emigración
germánica, se fueron asentando en los apacibles valles de los ríos
Oder y Vístula. Aunque las explicaciones tipo dominó hace tiempo
que se desecharon (o matizaron), este movimiento migratorio (como
muchos otros) pudo estar motivada por los ataques de ejércitos como
hunos, ávaros, mongoles...
En este periodo de
límites cronológicos (cuanto menos) difusos se organizan en una
suerte de federaciones tribables, con jefes que eran medio políticos,
y medio caudillos militares, al frente. Asentados en aquellas tierras
que había pertenecido a los germanos, poco a poco la tribu de los
polanos fue haciéndose con la hegemonía.
Se trata (por lo
general) de grupos de agricultores que vivían (como buenamente
podían) de cultivar cereales, la caza de piezas mayores y la
recolección de todo lo que ofrecía la Madre Tierra (siempre
pendiente de las necesidades de sus hijos). Los esforzados campesinos
eslavos mejoraron las técnicas agrícolas, avanzaron en los
procedimientos de metalurgia, mientras que las élites controlaban el
comercio del ámbar, una preciada mercancía, cuya ruta transitaba
por estas tierras. Continuará...
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