jueves, 8 de enero de 2015

ENRIQUE EL NAVEGANTE



Nadie en su época lo llamó "el Navegante", aunque podrían haberlo hecho, pero el sobrenombre acuñado por dos eruditos del siglo XIX (centuria de pasiones exacerbadas) se ha consolidado como alias identificativo de este sobresaliente infante portugués, promotor de los primeros viajes oceánicos lusos y pionero de la Era de los Descubrimientos.

Tercer hijo del rey Joao I de Portugal - Juan de Avis - y de Felipa de Lancaster, quizá por haber nacido en la cautivadora ciudad de Oporto, sintió en su niñez la irrechazable llamada del Océano. A temprana edad, unos veinte añitos, mostró su determinación y dotes de mando al dirigir con éxito la conquista de Ceuta. En 1420 es nombrado Gran Maestre de la Orden de Cristo, una orden militar que en Portugal recogió el testigo del Temple tras su desafortunada disolución. Un honor que ostentó hasta el fin de sus días.


Conocedor del arte de la guerra y poseedor de una exquisita formación humanística, pronto fue consciente de la importancia decisiva de dominar los mares (y eso que Constantinopla aún resistía). Y a ello dedicó su vida.

En Sagres, situada en el suroeste ibérico, fundó un legendario (algunos historidores dudan de su existencia) centro de estudios naúticos, geográficcos y astronómicos, por el que desfilaron muchos y reputados viajeros, marineros y cartógrafos de la época, para preparar a conciencia sus futuras expediciones. 

El infante organizó numerosas expediciones a lugares conocidos y exploraciones a lugares ignotos, con una doble función: la comercial (que retroalimentaba los proyectos) y la evangelizadora (la excusa aceptada por todos, en especial por el Papado). Sin embargo los deseos de ampliar el mundo conocido que albergaba en su interior Enrique, fueron los verdaderos motivos de tanta dedicación.

Tras algunos viajes de reconocimiento por las costas de Marruecos, la colonización de Madeira llevada a buen puerto por Gonçalves Zarco y el descubrimiento de las Azores, comenzó la gran época de la navegación portuguesa. Aunque Enrique tuvo que renunciar a las Islas Canarias que terminaron siendo integradas en la Corona de Castilla. 

Cuando Gil Eanes, el escudero del infante, consiguió doblar el Cabo Bojador, límite meridional del conocimiento geográfico medieval, el avance portugués a través de los Océanos era imparable. Más tarde se descubrió Cabo Verde y la desembocadura del Senegal. Esta fue la última empresa financiada por Enrique.

El mecenazgo de Enrique supuso un espectacular desarrollo de las técnicas náuticas portuguesas y sentó las bases del dominio portugués de los mares. En 1487, unos años después de su muerte, Bartolomé Dias consiguió doblar el Cabo de Buena Esperanza, trazando las líneas maestras de una nueva ruta comercial que llegaba a Asia circunnavegando el continente africano y ponía al alcance de la mano las preciosas especias y otros lujosos productos exóticos. 

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