martes, 21 de octubre de 2014

HANS WALDMANN.



¿Todos los hombres poderosos terminan corrompidos? ¿Todos los que olisquean el poder tratan de convertirse en soberanos absolutos imbuidos de una proyección social y política más allás del bien y del mal? Indudablemente, muchos seguro que sí.


Hans Waldman, estadista suizo, comenzó en el oficio de curtidor y desde esta modesta posición fue capaz de asecender hasta la magistratura de Zurich. Hombre de armas, destacó en la Batalla de Morat (o Murten) en la que el ejército confederado suizo derrotó a las experimentadas tropas borgoñonas comandadas por Carlos el Temerario, y llegó a ser nombrado burgomaestre (alcalde) de la ciudad de Zurich.

Su forma de ejercer el poder, de forma autoritaria y tiránica, le acarreó numerosos enemigos (envidiosos y/o temerosos), que consiguieron acuaserle de aspirar a la Dictadura, e incluso de traicionar a su patria. Por dichos cargos fue juzagado, condenado, y finalmente, en 1487, decapitado.  

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