miércoles, 17 de septiembre de 2014

SAL, DRUIDAS Y SANTO GRIAL. ¿UNA SUCESIÓN IMPOSIBLE?.



Hallstatt, ¿el lugar más hermoso de la Tierra?. Sin duda uno de ellos. Podemos decir, siendo muy exagerados (optimistas en exceso y poco versados en otras historias), que aquí nació la cultura europea (la extramediterránea al menos). El hombre de la Edad del Hierro no pudo elegir un lugar más maravilloso para dar forma a su cultura. Altas montañas pobladas de estilizadas y orgullosas coníferas ofrecen refugio al lago y al pequeño pueblo que bebe sus aguas en él. Y una milenaria, por explotada, mina de sal. La Sal, auténtico oro blanco, elemento decisivo para los artífices de la Primera Edad del Hierro (más que para el desnaturalizado hombre actual los hidrocarburos). Una época en que el hierro era un metal de prestigio, especialmente durante su primera fase. Los mineros de Hallstatt, hombres y mujeres que horadaron la piedra y palparon las entrañas de la Gran Madre, son los abuelos de las tribus celtas. Celta, ese nombre que muchas veces no quiere decir nada. Celtas, esas gentes que se dirigieron, sabe Cerunnos por qué motivos, hacia el arco Atlántico. ¿Qué buscaban?. Jamás lo sabremos. El caso es que estos grupos llegan a la Galia, a Galicia, a Britania, a Irlanda. En los lugares más apartados y recónditos, las más de las veces en selvas profundas, oscuras y húmedas, los druidas se convirtieron en salvaguardas de su tradición y cultura. Muchos murieron. Otros fueron pasados a cuchilo. Algunos pocos se ocultaron en inaccesibles páramos. Los bravucones romanos creyeron firmemente haberos aniquilado. Los druidas supieron esperar pacientemente, y cuando el poder romano desapareció, emergieron de sus escondrijos. Unos siguieron enclaustrados, pero en monasterios en lugar de en cuevas, otros abandonaron los bosques, se lanzaron a los caminos, visitando villas y castillos, llenaron Europa con sus leyendas e impregnaron la Edad Media con su espíritu.

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