miércoles, 26 de diciembre de 2012

SERTORIO EL LIBERTADOR DE LOS HISPANOS (II)


Refugiado en Mauritania, Sertorio recibió la visita de unos embajadores lusitanos, que le solicitaron que los guiase en la guerra que mantenían con Roma. Después de luchar bajo el mando de Púnico, de acariciar la gloria a las órdenes de Viriato, los irreductibles lusitanos volvían a la carga, seguían su lucha interminable contra el invasor romano, y en esta ocasión, con Sertorio al frente.

“Le llamaron los lusitanos cuando meditaba adonde se dirigiría, ofreciéndole el mando por medio de embajadores, pues, faltos como estaban de un general de fama y experiencia para oponer al terror inspirado por los romanos, sólo tenían confianza en él, conociendo como conocían su carácter por los que con él habían estado. Pues se dice que Sertorio no se dejaba dominar ni por el placer ni por el miedo, impasible por naturaleza ante los peligros, moderado en la prosperidad; entablado el combate, no era inferior en valentía a ninguno de los generales de su tiempo; y cuando en la guerra se trataba de dedicarse al saqueo y a la presa, ocupar posiciones ventajosas o infiltrarse por entre los enemigos con engaños y estratagemas, era en estos casos extremadamente segaz y astuto. Era liberal y magnífico premiando los servicios, benigno en los castigos”.
Plutarco. Sertorio, 10.

“Sertorio, igualmente favorecido por la naturaleza en fuerza corporal y en inteligencia, vióse obligado por la proscripción de Sila a erigirse en caudillo de los lusitanos”
Valerio Máximo, 7, 3,6.

Al mando de un variopinto ejército formado por romanos, libios y lusitanos volvió a la península y se lanzó a un ataque total.

“Después de haberlos hecho así tan dóciles, los tenía dispuestos para todo, persuadidos como estaban de estar mandados, no por el juicio de un extranjero, sino por un dios, al mismo tiempo que los hechos atestiguaban que su poder había aumentado fuera de lo previsible; porque con dos mil seiscientos hombres a los que llamó romanos, mezclados con setecientos libios que le acompañaron a Lusitania y cuatro mil infantes y setecientos lusitanos, combatía a cuatro generales romanos que disponían de ciento veinte mil infantes, seis mil de caballería, dos mil arqueros y honderos, y un grandísimo número de ciudades, cuando él al principio no tuvo más que veinte; y, habiendo empezado con tan escasas y débiles fuerzas, no sólo sometió a muchos pueblos y conquistó a muchas ciudades, sino que, de los generales contrarios, a Cota lo venció en un combate naval cerca del puerto de Melaria”
Plutarco. Sertorio, 12.

En la primavera del año 79 a.C. llega a Hispania Q. Cecilio Metelo, un experimentado personaje, al mando de un poderosos ejército de 40000 hombres. Los iberos de Sertorio son capaces de mantenerlo a raya. Al igual que hizo Viriato cien años antes, Sertorio dispuso de la mejor táctica bélica posible, la guerra de guerrillas, en la que los soldados hispanos, eran auténticos expertos.

“Por otra parte Metelo era ya de bastante edad, y después de los muchos y grandes combates que había sostenido se había entregado a una vida más regalada que antes; y luchaba con Sertorio, en el pleno de sus ímpetus, y que tenía muy ejercitado su cuerpo en fuerza, ligereza y frugalidad. Porque ni en el mayor ocio se entregaba nunca al vino y se había acostumbrado a grandes fatigas, largas marchas, frecuentes vigilias, contentándose con escasos y sencillos alimentos; cuando estaba ocioso se daba a andar por el campo y a la caza, maniobrando como el que huye, o como si envolviese en su persecución al enemigo, y así adquiría conocimiento de los lugares accesibles e inaccesibles. Por tanto, Metelo, no alcanzando trabar batalla, padecía lo mismo que el vencido, mientras que para Sertorio el huir era como si él persiguiese, porque les cortaba el agua, y les interceptaba los víveres; si el enemigo quería marchar, le cerraba el paso, le molestaba en su reposo.”
Plutarco. Sertorio. 13.


Por otro lado, Hirtuleyo, lugarteniente de Sertorio, comienza la conquista de la Citerior. A partir de ahora, Sertorio ya no huye, no tiene necesidad de replegarse, muy al contrario, pasa a la ofensiva y comienza a extender su poder por la península.

“El procónsul Lucio Manlio y el legado Marco Domicio fueron vencidos en una batalla por el cuestro Hirtuleyo”
Tito Livio. Per. 90

“Ardía toda la Hispania Citerior”
Salustio. Historias, 1, 85.

En cierta ocasión, Sertorio volvería a demostrar su conocimiento sobre las creencias de los lusitanos, pues para ellos el ciervo es un animal cargado de connotaciones mágicas. Para José María Blázquez el culto al ciervo es particularmente lusitano y poseía un carácter oracular. Como veremos en los siguientes textos, Sertorio también era consciente de la capacidad del ciervo para emitir oráculos.

“Tenía Sertorio una cierva, blanca, mansa y acostumbrada a la libertad. Desapareció esta cierva, y Sertorio, juzgándolo de mal agüero, entristecióse y permaneció inactivo sin cuidarse de las burlas que sobre la cierva le dirigían los enemigos. Pero viéndola un día salir corriendo del bosque, salióle al encuentro Sertorio, y al punto, como inspirado por ella, empezó a hostilizar a los enemigos”
Apiano. Guerras Civiles. 1, 110

“Recibióla Sertorio (a la cierva), y al principio no demostró por ella ningún placer extraordinario, pero, con el tiempo, habiéndose hecho tan dócil y sociable que acudía donde la llamaba y le seguía donde quiera que fuese, sin espantarse del ruido y estrépito de las tropas, poco a poco la fue divinizando, diciendo ser un don de Artemisa, dando a entender que le revelaba las cosas ocultas, sabiendo que los bárbaros eran por naturaleza dados a la superstición. Y a esto añadía aún el siguiente artificio: cuando confidencial y secretamente sabía que los enemigos iban a invadir su territorio, o trataban de ganarle una ciudad, fingía que la cierva la hablaba en sueño, previniéndole que tuviese a punto las tropas. Por otra parte, si sabía que alguno de sus generales había alcanzado una victoria, escondía al mensajero, y presentaba a la cierva coronada, como anunciadora de buenas nuevas, excitándoles a la alegría y a sacrificar a los dioses, puesto que habían de recibir una fausta noticia”.
Plutarco. Sertorio 11

El 78 a.C. será un año de suma importancia. El bando optimate sufre un duro revés, la muerte de Sila. Pero sin embargo, le va a suceder un personaje de igual calibre, un grandísimo general, aunque pésimo político; Pompeyo el Grande.
Sila
Un año más tarde, Sertorio completa el dominio de la península Ibérica, a excepción de la Bética, autentico feudo de los optimates, y de Cartagonova. Prácticamente toda Iberia es controlada por Sertorio.

Poco después, hacia el 76 a.C. Sertorio va a recibir el refuerzo de Marco Perpenna, que llega desde Italia con un poderoso ejército formado por 20000 hombres.

“No sólo era querido por los hispanos, sino también por los soldados venidos de Italia. Perpenna, hijo de Ventón, del mismo partido que Sertorio, había llegado a Hispania para hacer la guerra a Metelo”
Plutarco. Sertorio. 15.

En la ciudad de Osca, Sertorio va a establecer su capital, organizando un Senado de 300 miembros. Estos años suponen el máximo apogeo de Sertorio, que debió pensar seriamente que la victoria era posible, y que esta empresa culminaría con un gran éxito.

“Habiéndose hecho famoso por su audacia, eligió a trescientos de los amigos que con él estaban, y los constituyó en consejo, al que dio el nombre de Senado, para injuriar al de Roma”
Apiano. Guerras Civiles. 1, 108.

La inteligencia de Sertorio le fue muy útil, supo aprovecharse de las instituciones sociales y políticas prerromanas, adaptándolas y estimulándolas. Para mantener sus clientelas utilizó todos los medios que tenía al alcance.

Con el objetivo de atraerse a las masas, las agasajaba con regalos, les hacía vestir con ropajes que fuesen distintivos de una elevada clase social, e incluso les hace creer que llegaran a formar parte del engranaje político de Roma.

“Por estas hazañas miraban a Sertorio con gran amor aquellos bárbaros, y también porque acostumbrándolos a las armas, a la formación y al orden de la milicia romana, y quitando de sus incursiones el aire furioso y terrible, había reducido sus fuerzas a la forma de un ejército, de grandes cuadrillas de bandoleros que antes parecían. Además de esto, no perdonando gastos, les adornaba con oro y plata los cascos, les pintaba con distintos colores los escudos, enseñábales a usar de mantos y túnicas brillantes y, fomentando por este medio su vanidad, se ganaba su afición. Mas lo que principalmente les cautivó la voluntad fue la disposición que tomó con los jóvenes; porque reuniendo en Osca, ciudad grande y populosa, a los hijos de los más principales e ilustres entre aquellas gentes, y poniéndoles maestros de todas las ciencias y profesiones griegas y romanas en la realidad los tomaba en rehenes, pero en la apariencia los instruía, para que, en llegando a la edad varonil, participasen del gobierno y de la magistratura. Los padres, en tanto, estaban muy contentos viendo a sus hijos ir a las escuelas muy engalanados y vestidos de púrpura, y que Sertorio pagaba por ellos los honorarios, los examinaba por sí muchas veces, les distribuía premios y les regalaba aquellos collares que los romanos llaman bulas”
Plutarco. Sertorio, 14

Inicia un programa de educación, en una vertiente política y militar. Transformará bandoleros en legionario, la guerrilla en un ejército. Va a utilizar a los jóvenes que educa como si fueran rehenes.

Para conseguir formar un auténtico ejército, tendrá que domeñar la intrepidez, la indisciplina y anarquía del guerrillero ibérico. Sertorio hará uso de la oratoria, una de sus grandes virtudes, e intentará forjar la personalidad de sus hombres a través de la representación de una especie de fábula.

“Sertorio tenía a su lado a todos los pueblos que habitaban en la parte de acá del Iber, y su número era grande; además, de todas partes, y continuamente, corrían a presentársele nuevos contingentes. Preocupado por la bárbara indisciplina y la temeridad de esta gente, que clamaba por venir a las manos con los enemigos, sin esperar a más, intentó sosegarla con palabras. Mas como a pesar de ello las viese irritadas y decididas a llevar a término sus designios, no les prestó por entonces atención, y les dejó que partieran al encuentro de los enemigos, con la esperanza de que no fuesen totalmente aniquilados, sino que, recibiendo algún daño, quedasen más sumisos para en adelante. Habiendo sucedido lo que se imaginó, acudió en auxilio de ellos y recogió a los que huían, llevándolos con seguridad al campamento. Queriendo luego arrancarles el desánimo consiguiente, les convocó días más tarde a una reunión general, a la cual llevó dos caballos: el uno, muy desmedrado y viejo ya; el otro, grande y fuerte, admirable por el espesor y belleza de las cerdas de su cola. Junto al caballo flaco se puso un hombre grande y de fuerzas, y al lado del caballo más robusto, otro, pequeño y de aspecto despreciable. Dada una señal, el hombre más fuerte tiró de la cola del caballo con ambas manos, como para arrancársela, mientras el hombre más débil arrancaba las cerdas del caballo brioso una a una. Como al cabo de cierto tiempo el uno se hubiese esforzado mucho y en vano, dando que reír a los espectadores, mientras el otro, en poco tiempo y sin esfuerzo, hubiese logrado pelar de cerdas la cola del caballo más robusto, Sertorio, levantándose, dijo: Ved como, aliados míos, la paciencia es más fecunda en resultados que la fuerza, y cómo muchas cosas, que juntas son imposibles de solucionar, se superan poco a poco, pues la constancia es difícil de vencer. . .
Plutarco. Sertorio. 16

Otra institución muy presente en tierras ibéricas, de la que sabrá sacar partido Sertorio, es la devotio, el juramente de fidelidad absoluta que mantiene el guerrero para con su jefe, llegando incluso a morir con él.

“Siendo costumbre entre los hispanos que los que hacían formación aparte con el general perecieran con él si venía a morir, a lo que aquellos bárbaros llamaban consagración. Así se refiere que, en ocasión de retirarse a una ciudad, teniendo ya a los enemigos cerca, los hispanos, olvidados de sí mismos, salvaron a Sertorio, tomándolo sobre los hombros y pasándolo así de uno a otro, hasta ponerlo encima de los muros, y luego que tuvieron en seguridad a su general, cada uno de ellos se entregó a la fuga”
Plutarco, Sertorio 14.

El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Eso debió pensar el rey Mitrídates del Ponto, que decidió enviar una flota formada por piratas para ayudar a Sertorio en su lucha contra Roma. Además le ofreció una importante suma de dinero con la que sufragar gastos. 
“Tenía resuelto enviarle embajadores, acalorado principalmente con las exageraciones de los lisonjeros, que, comparando a Sertorio con Aníbal y a Mitrídates con Pirro, decían que los romanos, dividiendo su atención a dos partes, no podrían resistir a tanta fuerza y destreza juntas, si el más hábil general llegaba a unirse con el mayor de todos los reyes. Envía, pues, Mitrídates embajadores a Hispania con cartas para Sertorio, y con el encargo de decirle que le daría fondos y naves para la guerra, sin solicitar más de él sino que le hiciera segura la posesión de toda aquella parte del Asia que había tenido que ceder a los romanos conforme a los tratados ajustados con Sila”
Plutarco. Sertorio, 23.

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