Los obispos de la Edad Media eran, además de oratores, activos hombres de armas, que contaban con ejércitos propios. En el año 885, cuando los normandos sometieron Paris a un complicado asedio, el obispo de la ciudad - Gozlín o Joscelín - dirigió la defensa de la ciudad junto al conde Eudes. Con el tiempo, al igual que sucedió con nobles y reyes, los obispos también se apoltronaron.
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