La ciudad de los canales, antaño orgullosa república serenissima, lleva centurias inspirando a artistas de toda procedencia y disciplina. Algunos estuvieron únicamente de paso, otros se afincaron aquí para beber día a día de la inagotable fuente de belleza que es Venecia. Todos aprendieron de los grandes maestros de la genuina escuela veneciana. Doménicos Theotokópoulos, el Greco, figura capital del Renacimiento, también se dejó atrapar por el embrujo de la ciudad y de los artistas que en ella trabajaban.
Doménikos nació en Candía, ciudad más destacada de Creta, en un tiempo que toda la isla estaba bajo el control de la República de Venecia (desde que fue comprada en 1204 por el senado veneciano). Sus primeros años los vivió sumergido en un entorno cultural plenamente veneciano, y llegado el momento, y al igual que muchos otros compatriotas, decidió viajar a la metrópoli, decidido a aprender la “maniera veneciana”.
Venecia era parada habitual de los pintores cretenses, acostumbrados a conjugar la tradición bizantina de su isla con los elementos de la pintura occidental. Pero El Greco se sumergió de lleno en el entorno artístico de la Escuela Veneciana. Doménikos Theotokópoulos, formó parte de la numerosa colonia de griegos establecidos en las islas de la laguna véneta, unos cuatro mil, pero sus estancia en Venecia está llena de incógnitas. Es segura su presencia en el año 1568 y se estima que vivió en la ciudad entre 1567 y 1570. Apenas tres años. Una estancia de la que existen más dudas que certezas.
Como hemos apuntado, su estancia en Venecia es prácticamente desconocida pero fundamental para el posterior desarrollo de su obra, genuina y original. Cuando arribó a Venecia, el Greco ya era un maestro pintor, y como tal firmaba sus obras, y entró en contacto con los grandes genios de la pintura veneciana como Tiziano, Tintoretto, el Veronés o Jacopo Bassano. De ellos aprendió el uso de las perspectivas (conseguidas a través de la arquitectura idealizada en diversos planos), el movimiento de las figuras y sus gestos, y especialmente el uso del color, una marca de la escuela veneciana. El artista cretense se esforzó por aprender la forma de trabajar de los artistas locales, deja de lado el temple y comienza a usar el óleo, y cambia el soporte, prefiriendo en estos momentos el lienzo.
El Greco adoptó una forma de construir el espacio figurativo típicamente veneciano, mediante la luz y el color. Los colores se van a transformar por efecto de la luz, y esos colores llenan de sentimiento y de emoción a aquellos que contemplan su obra. Venecia es una ciudad llena de luz, y por ende, de colores.
En el lienzo el Expolio, conservado en la sacristía de la catedral de Toledo, el cromatismo, en especial en la túnica que cubre el cuerpo de Cristo, como la composición de la escena y el modelado de las figuras, materializa el Greco, gran parte de lo aprendido en Venecia.
La carrera como pintor de El Greco acababa de empezar, tras abandonar Venecia, y antes de llegar a España, pasó una temporada en Roma, y fue afincado en Toledo donde se convirtió en uno de los grandes maestros de la pintura universal. A pesar de su breve estancia en Venecia, esos años resultaron cruciales para el posterior desarrollo de toda su obra.
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