sábado, 14 de enero de 2023

VENECIA ME VUELVE PEREZOSO.

 


Debían ser las cinco de la tarde de cualquier día de un tórrido mes de Julio. El marinero bohemio lleva varias semanas en la ciudad, aislado del mundo, comiendo un poco de pescado acompañado de polenta, y bebiendo mucho vino. Las noches asfixiantes e interminables, y las mañanas cortas, demasiado cortas. Cuando uno empieza a respirar, el sol, inmesericorde, te pega un hachazo mortal. El viento, cuando sopla, viene cálido. Y la humedad, esta humedad que te postra, te obliga a reposar y a buscar alguna frondosa higuera de aroma embriagador, para sentarse bajo su sombra. Entre vaso y vaso, la conversación se prolonga, las anécdotas y los recuerdos van llenando todo nuestro tiempo. Mirar el mar causa melancolía, pero Venecia, como una amante celosa te quiere pera ella, aunque la mayoría de los días no pueda complacerte. Poco a poco el tedio se apodera de todo tu ser, anhelas el viaje, sueñas con la aventura, con escapar de la prisión con los barrotes más hermosos del mundo, pero el sabor del vino y las eternas noches estivales del Mediterráneo te atrapan. Debían ser las cinco de la tarde, cuando el antihéroe se encuentra en la casa de Boca Dorada, y como un pensamiento en voz alta pronunció aquella frase, tan real, y llena de significado: !Venecia me vuelve perezoso¡. Boca Dorada es sabia, ha vivido mucho tiempo, conoce como nadie los secretos de Venecia, su verdadera esencia, y el sortilegio que lanza a los hombres y mujeres que un día decidieron perderse en el laberinto de sus calles. Sus palabras encierran toda la verdad sobre la ciudad: Venecia está hecha para eso.


La mayoría jamás podrá entender ninguna de esas dos frases. Algunos venecianos y esforzados trabajadores del sector turístico que cada día llegan hasta aquí, lo olvidaron. Muchos turistas y visitantes apenas pasan unas horas en Venecia, y su tiempo vuela (literalmente), de San Marcos al Rialto, y del Rialto a una góndola. Si es posible, comprar algún recuerdo, o baratija made in China (con todos mis respetos para la poderosa industria del gigante asiático). A veces es tan corta y trepidante la estancia (especialmente si se desembarca en el bacino de San Marco como integrante de uno de esos tours agotadores) que no es posible ni alcanzar el Rialto (y lo digo por experiencia propia). Otra considerable cantidad de visitantes llega en tren, y más que caminar, corre para en un par de días comer helado, visitar Murano y Burano, entrar en el Palacio Ducal y beber un spritz en cualquier campo o campiello. Venecia sigue siendo invisible para ellos, conocer la ciudad real es imposible sin la pereza.


Si superas esos dos momentos (o al menos uno de ellos) y decides volver a Venecia, y esta vez obviar los grandes monumentos y romper con el ritmo frenéntico e intentar ver todo lo que hay que ver, la perspectiva cambia. Ya no miras el reloj, ya no corres, ya no importa si visitas San Marco, ya no hace falta hacer insufribles colas. Entonces, y solo entonces, Venecia se da cuenta de eso, te atrapa y te sume en un letargo del que no quieres despertar. Te dejas llevar por sus calles, campiellos, sotoportegos y cortes. Pierdes tu voluntad y es la propia ciudad la que conduce tus pasos, y te dirige hacia donde ella quiere. Y cuando menos te lo esperas, entre tu copa de vino y el mar, Venecia te habrá conquistado. Habrás entregado tu alma sin oponer resistencia.

Julio 2022.

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