miércoles, 14 de diciembre de 2022

ABDERRAMÁN I, EL EMIGRADO.





Escapó de la terrible matanza que los abbasíes desencadenaron contra su linaje, los Omeyas de Damasco. Puso tierra de por medio antes que también rodara su cabeza. Con un hatillo y una barca cruzó el mar Mediterráneo, y cargado de resentimiento y ambición desembarcó en la Península Ibérica. Antes había realizado escala en el Norte de África, acogido por la tribu de lo que era originaria su madre.

En Al Andalus la cosa no estaba mejor que en Oriente Medio, con bereberes y árabes a tortazo limpio. El recién llegado aprovechó la coyuntura, y apoyado por su fiel clientela (y por todo aquel dispuesto a levantar la espada para defender la causa omeya), se hace con el poder y se proclama Emir de Córdoba, rompe políticamente con Bagdad (aunque acepte la supremacía del califa abbasí) y funda un nuevo estado. Luego dedicó su vida a consolidar, con esfuerzo y tesón, un próspero emirato, convertido en el estado más poderoso de toda la Península Ibérica (y parte del extranjero).

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