Etapa que tiende a desértica. Poco a poco nos vamos aproximando a La Rioja.
El camino parece extenderse hacia el infinito a través de campos de cultivo trabajados por laboriosos labriegos. Los insectos y alguna ave de rapiña son los únicos compañeros del peregrino una vez que desciende de Monjardín y se interna en la inabarcable planicie. La Rioja no espera un poco más allá.
Abandonamos Lizarra por la calle San Nicolás, y dejamos atrás el casco viejo. Carreteras, gasolineras, supermercados y naves industriales nos dicen adiós (en el fondo, un hasta pronto). Bien pronto comienzan las rampas (bastante suaves) que nos llevan hasta Ayegui, un barrio (¿pedanía?), tránsito entre la ciudad y el campo. La iglesia, oculta entre edificios, y la Plaza de los Fueros, son el corazón de Ayegui. Desde la plaza de los fueros ya podemos visualizar el Monasterio de Irache.
Un viñedo se extiende alrededor de las Bodegas Irache, que han tenido el detalle de instalar una fuente de la que mana vino, para disfrute del peregrino que pasa por delante de sus puertas. La sangre de la tierra, convertida en dios, alimenta a los hombres. El sufrido caminante encuentra consuelo, amigo y analgésico en el vino. Justo enfrente de las bodegas se levanta el Monasterio de Irache, donde encontraban hospedaje los peregrinos.
Pasado el monasterio ya andamos por el campo. Atravesamos un pueblo ¿Irache? Fantasma; hoteles cerrados (y en proceso de abandono) y bares vacíos (y también cerrados). Caminando entre pinares mi tendón de Aquiles (el héroe que acudió a Troya en busca de la gloria, sabiendo que no volvería a casa) me mortifica (y debe ser vendado). En esos momentos pensé que no podría completar la etapa.
La presencia de Montejurra protagoniza los primeros kilómetros de la etapa.
Avanzamos por un carrascal sobre suelo rocoso, en el que conviven encinas, robles y quejigos. Cuando salimos del bosque nos encontramos un cartel que señala que en ese lugar existió un hospital (para peregrinos).
El camino vuelve a picar hacia arriba y atravesamos Azqueta (un tanto insulsa) desde la que iniciamos una dura subida hasta Villamayor de Monjardín. Antes de alcanzar la cumbre donde se ubica la localidad medieval, nos topamos con la Fuente del Moro, un aljibe de la Edad Media.
La subida a Jerusalén es una marcha hacia la muerte y, al mismo tiempo, hacia la gloria: una verdadera marcha triunfal, en la que Jesús va a manifestar su dimensión crística, al superar la terrible prueba de la Pasión.
Michel Armengaud.
La peregrinación a Compostela: una búsqueda espiritual.
Aquí comienza un larguísimo errar, atravesando solitarios campos de labor, durante unos 12 kilómetros. El caminante no encontrará nada para avituallarse, por eso es imprescindible la parada en Villamayor. En estos lugares encuentra el peregrino el verdadero sentido del Camino. Horas andando en solitario bajo el Sol, un tiempo para pensar, pero sobre todo para sufrir; sed, fatiga y dolor. Muy poético, pero ciertamente duro. El cuerpo quebrado y el alma adormecida. Lugar para la ensoñación, pero también para la pesadilla. Arrastrando los pies, doloridos, balanceándose de una lado a otro, lágrimas de dolor, pero al final, todos llegan – vivos – al final de la etapa. (Jueves 6 de Julio de 2017).
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