La paz interior distaba mucho de ser efectiva y la estabilidad política parecía un sueño inalcanzable. Las tensiones entre monárquicos y jacobinos se habían enquistado en una clase política que naufragaba en un maremágnun de discusiones que conducían irremediablemente a un callejón sin salida. En este agitado contexto se iban a celebrar las elecciones del año VIII. La sensación era que ninguno de los dos bandos iba a aceptar el resultado (fuese cual fuese) y el Directorio corría el grave peligro de verse superado. Además el Directorio había perdido toda autoridad (si alguna vez la tuvo), en unos momentos que la influyente burguesía exigía un poder fuerte (estabilidad política = beneficios económicos).
Algunos ven la posibilidad de perpetrar un golpe de Estado, o en su defecto reformar la Constitución. Esto último sería un proceso largo y farragoso y no se podía perder más el tiempo. La adinerada burguesía se decanta por la primera de las propuestas y eligen a Napoleón Bonaparte, un militar que había ido ganando gran popularidad entre los poderes políticos y cierta notoriedad en los círculos más influyentes de la sociedad parisina. Además era un general que había demostrado en más de una ocasión su apoyo a la revolución y a la república.
El golpe de Estado se llevó a cabo el 18 de brumario (9 de noviembre de 1799) y fue financiado por los banqueros de París (Poderoso caballero es don Dinero). El encumbramiento de Napoleón significó el triunfo absoluto de la burguesía. Napoleón se proclamó cónsul y acumuló todos los poderes. Con el acceso al poder del victorioso general en las campañas de Austria y de Italia, se cierra el ciclo revolucionario y comienza la época napoleónica.
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