En conjunto, la dominación de
la V dinastía inicia una profunda crisis. La ascensión al poder de
la VI está relacionada con el afán de contener la disolución del
estado. El fundador de la VI dinastía es seguramente Seheteptawi
Teti; pero es Pepi I (Fiope en la tradición griega) el que la
afirma. Fue un gran constructor, como se sabe por los restos de los
templos por él erigidos. Se casó con las dos hijas de un príncipe
local del Alto Egipto, Khui, y los dos hijos habidos de ellas fueron
reyes sucesivamente, primero Merenre, que prometía ser un gran rey,
pero murió al poco tiempo; luego Pepi II, que llega al trono a los
seis años de edad, y tuvo, si queremos conceder crédito a la
tradición tardía, un reinado de noventa y cuatro de duración, el
más largo de la historia. Su decrépita vejez fue amargada por una
invasión extranjera y por una grave crisis. Todavía Manetón cita
como últimos reyes de la dinastía VI a Merenre y Nitocris, y el
papiro de Turín a unos cuantos más; pero, en realidad, el imperio
egipcio se derrumba entonces. A la muerte de Pepi II siguen cuarenta
años de desórdenes (VII dinastía, que es un interregno, VIII
dinastía, en Menfis), y, al fin, el país se vuelve a dividir en
dos: un estado al Norte, con la capital en Heracleópolis (dinastía
IX y X), y otro al Sur, con la capital en Tebas.
Historia del Antiguo Oriente.
A. Tovar, W. Rölling, I.
Gamer-Wallert.
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