El mineral es como el faraón,
eterno. Los soberanos egipcios no pudieron encontrar un soporte mejor
para alcanzar la inmortalidad. Artesanos y escultores expertos
hicieron el resto, de manera que cinco milenios después de su
muerte, aún podemos mirar a la cara a los reyes del Nilo.
Una de las esculturas más
famosas de las que se conservan en el Museo Egipcio de El Cairo es la
del faraón Kefrén. Fue descubierta en 1860 por Auguste Mariette en
el templo que está situado a los pies de la Gran Esfinge, entre
diversos fragmentos de estatuas arrojados en un foso. El material es
diorita procedente de una cantera nubia próxima a Abu Simbel.
El
arte le ha consagrado creaciones de insuperable grandeza y en el
mundo no existe retrato de rey alguno que pueda compararse en
majestuosa simplicidad a la imagen tallada en diorita, del rey Kefrén
en su trono, existente en el museo de El Cairo.
Pirámides,
esfinges y faraones.
Kurt
Lange.
La estatua, que mide 1,68 metros,
muestra la efigie de Kefrén como dios en la tierra, un faraón
entronizado con todos sus atributos, fuerte y poderoso en su máximo
esplendor. Postura hierática, mirada distante, como perdida en un
más allá próximo, rasgos del rostro muy juveniles e idealizados.
Luce el nemes, la barba postiza y el halcón Horus posado sobre su
cabeza extiende las alas protectoras sobre el soberano. En los brazos
del trono se intuyen unos felinos, probablemente leones, o quizás sean
esfinges, de cualquier modo su función protectora y su vinculación
con el concepto de realeza parecen fuera de toda duda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario