domingo, 12 de abril de 2020

JESSE OWENS, AL ANTÍLOPE DE ÉBANO





Agosto de 1936, ciudad de Berlín, Juegos Olímpicos, miles de enfervorecidos alemanes acuden a los estadios para ver como sus deportistas ganaban más medallas (89 en total) que ninguna otra delegación, sin embargo, la estrella que más brilló en el certamen fue el atleta estadounidense Jesse Owens, que terminó los juegos con cuatro medallas de oro colgadas de su cuello.

Jesse fue el menos de diez hermanos de una familia de Alabama, que ve vio obligada a emigrar del sur del país como consecuencia de la segregación racial imperante. Instalados en Cleveland (Ohio) compaginó sus clases con multitud de oficios diferentes: repartidor, estibador, y en un taller de calzado. El Fairmont High School fue determinante en la vida de Owens, pues fue allí donde coincidió con el que sería su primer entrenador Charles Riley y donde conoció a la mujer que se convertiría en su esposa, Minnie Ruth Solomon. Él tenía 15 años. Ella 13.

En sus tiempos de universitario era conocido como la Bala, por su capacidad en las carreras de velocidad y por los títulos que consiguió defendiendo a la Universidad de Ohio. A pesar de todos estos triunfos, debía alojarse fuera del campus universitario junto a otros alumnos afroamericanos. Los derechos humanos aún tenían un largo trecho que recorrer.

El 25 de Mayo de 1935 se celebraba en Michigan la Big 10 Conference, competición que agrupaba a diez universidades. Aquella jornada Jesse Owens, y en un lapso de tiempo de 45 minutos (75 minutos según otras fuentes), Owens batió cuatro marcas mundiales; 100, 200, 200 vallas y longitud. La plusmarca en salto de longitud, 8,13 metros, permaneció veinticinco años en su poder.


En 1936 Jesse Owens llegó a Berlín generando grandes expectativas, Owens ya era una gran estrella del deporte. Esa fama mundial propició que Adi Dassler, futuro fundador de la marca Adidas, viajase a la villa olímpica y lo convenciese de utilizar para competir, las zapatillas que fabricaba su pequeña empresa familiar.

El atleta estadounidense cumplió con los pronósticos y arrasó en las pruebas de velocidad. Ganó consecutivamente la medalla de oro en 100 metros, salto de longitud, 200 metros y relevos 4x100. Esta hazaña no sería igualada hasta las olimpiadas de Los Ángeles '84 cuando Carl Lewis ganó las mismas medallas.

Lo que sucedió entre Jesse Owens y Adolf Hitler en la ceremonia de entrega de medallas, forma parte de una leyenda nunca aclarada del todo, pues versiones contradictorias y falta de pruebas documentales, nos dejarán siempre con la incertidumbre de si el canciller alemán felicitó al atleta estadounidense por su triunfo. Lo que si sabemos es que el presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt nunca lo recibió en la Casa Blanca.

El éxito deportivo y la fama mundial no contribuyeron a que la vida de Jesse Owens mejorase sustancialmente a su regreso a los Estados Unidos. De vuelta a su país las autoridades se opusieron a que Owens disfrutase de patrocinio alguno y un atleta debía ser amateur (y no correr por dinero), lo que significó el fin de su carrera deportiva. No era fácil la vida para un chico negro en los años '40, aunque se trate del hombre más veloz del planeta, y como muchos otros sufrió leyes injustas, racismo estatal y rechazo por gran parte de la población.

En adelante Jesse Owens siguió vinculado al mundo del deporte y se convirtió en promotor deportivo y organizador de eventos, lo mismo corría contra una locomotura que contra un perro. Recorría el país y daba charlas sobre religión, patriotismo y marketing, siempre recurriendo a las anécdotas del verano que pasó en Berlín. Fumador empedernido el cancer terminó derrotándole en 1980.


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