sábado, 25 de abril de 2020

BUCAREST, EL PARIS DE LOS BALCANES.



La Gran Ciudad con mayúsculas. Bucarest es una de las metrópolis más populosas de Europa Oriental. Todo lo que he venido intuyendo días atrás, aquí se magnifica. He ido encontrando ambiente, bares, buen rollo y ocio en todas las ciudades de tamaño medio que he visitado estos días en Rumanía, Bucarest es eso, multiplicado por diez. Largas avenidas perfectamente trazadas que se prolongan hasta los límites mismos del bosque, el río Dambovita que apenas llega agua, alimenta lagos urbanos y bulevares al estilo parisino, donde calzada, árboles, paseos y tranvías comparten espacio, de una forma más ordenada, de lo que pude suponer antes de llegar. Pensé que Bucarest era una ciudad caótica, y ahí me llevé una grata sorpresa: mucho más desordenadas e incomódas me parecieron Bratislava, Riga, Génova o la cercana Lisboa (por citar algunos ejemplos). Aunque lo cierto es que por Bucarest no he conducido.



Primavera de 1986, el Steaua de Bucarest se convertía en el primer equipo de la hermética Europa del Este en ganar una Copa de Europa de fútbol, frente al FC Barcelona y en Sevilla. Tres años más tarde el equipo rumano volvería a disputar una final europea, para caer estrepitosamente frente al AC Milan. Estas son las primeras referencias que tengo de Bucarest, luego vendría la revolución en la navidad del '89 (las imágenes del cadáver de Ceaucescu me ocasionaron más de una pesadilla), el final del régimen, la apertura y la incorporación a la Unión Europea. Hoy me dispongo a visitar la ciudad.





El taxi nos ha dejado en el Parlamento Rumano situado en la Plaza Unirii, la mastodóntica Casa del Pueblo, fruto de los delirios de grandeza de Ceaucescu. El Conducator quiso concentrar aquí toda la administración del estado. La primera impresión es una ciudad de enormes proporciones, amplias avenidas y bulevares. El bulevar Unirii une el Parlamento con la arteria principal de Bucarest. 












Mientras yo me dedico a explorar la ciudad, los fieles celebran en sus iglesias la festividad de la Asunción de la Virgen. Las mujeres cubren su cabeza con un pañuelo para acceder al recinto sagrado.






Toda una red de avenidas y calzadas ruidosas confluyen en la Piata Unirii, y aquí la sorpresa, cruzas un par de carriles, atraviesas una rotonda, salvas otros dos carriles y de pronto; el sosiego. Entras en el corazón del viejo Bucarest, y el ruido desaparece, las coches no molestan, sin saber exactamente de que manera, como si de un sortilegio se tratase, te encuentras paseando por vetustas calles peatonales, entre bares y cervecerias, restaurantes y tiendas, locales de moda y night clubs, desparramados por calles donde se asientan edificios señoriales, bancos, iglesias y museos. Descubro la esencia, el germen de Bucarest y nueva sorpresa, el busto de Vlad Tepes en un lugr destacado, frente a las ruinas más antiguas de la ciudad, la Curtea Veche. Al parecer, el Rey de los Vampiros, cuando era hombre, concedió carta de fundación a Bucarest. Seguramente no pudo vislumbrar las enormes dimensiones que alcanzaría en el futuro.



El nacimiento de Bucarest está vinculado a la figura de Vlad III el Empalador, voivoda de Valaquia en el siglo XV. Los alrededores de la Curtea Veche (Corte Vieja) son un conjunto de calles peatonales, ideales para alejarse del bullicio de las grandes avenidas capitalinas. Antes de venir esperaba encontrar una ciudad inhóspita y complicada para pasear, sin embargo, he descubierto un centro histórico peatonal, atestado, como no, de bares, terrazas y cafeterías. Todo el conjunto de Curtea Veche, con la excepción de su igleisa, fue reconstruido en 1640 por Matei Basarab, y posteriormente completado por los también príncipes Constantin Brancoveanu y Stefan Cantacuzino. Debido al abandono posterior durante la ocupación otomana, los incendios y los terremotos, lo únio que se conserva actualmente del palacio son restos de lápidas y ruinas.













La leyenda inmortal de Drácula, el Voivoda Medieval y el Príncipe de los Vampiros, planea sobre la Curtea Veche, cuyo corazón, en ruinas, es el antiguo palacio de Vlad Tepes. En esta Ciudad Vieja conviven elegantes caserones y palacetes de estilo francés, con las iglesias ortodoxas y las sinagogas que sobrevivieron a los nazis y los comunistas. Esta barrio viejo está encajonado entre la Universidad y el río Dambovita, y las calles aún conservan los nombres de los gremios que se instalaron en ellos; Selari (guarnicioneros), Gabroveni (cuchilleros), Sepcari (sombreros) o Lipscani (comerciantes de Leipzig). Nuevos cafés, animados pubs, restaurantes de todo tipo, terrazas, tiendas de antigüedades, galerias de arte han revitalizado los caserones que, abandonados por adinerados judíos a mediados del siglo XX, hasta hace poco estaban degradados y en un estado de abandono.







A juzgar por las esculturas que he visto en mi viaje a Rumanía, de la Loba Capitolina, y las referencias constantes al hispano Trajano (en forma de bustos, parques, estatuas, calles, parques y plazas) el pueblo rumano busca su razón de ser (y de existir) en su inclusión en la órbita del Imperio Romano. Complementandolo, quizás, con algunos elementos representativos de la cultura dacia, para nada bárbara.






Una galería cubierta, más o menos sombreada, de estilo parisino, refrescada por aspersores, en la que abren sus puertas modernas cafeterías y joyerías. Un lugar ideal para encontrara reposo y refugio del Sol (en invierno del frío y la nieve).

















Los altos cargos del partido vivían en un Olimpo dorado, ajenos a la realidad y haciendo oídos sordos a las voces que reclamaban un cambio. Estudiantes y soldados de la mano forjaron eslabones fuertes que pedían libertad. El pueblo entero se echó a la calle, el dictador huyó de Bucarest. Buscó refugio en Tirgoviste, histórica capital de Valaquia. Allí lo estaban esperando. Juzgarlo, declararlo culpable y ejecutarlo fue todo en uno. Murió el perro, pero había que erradicar la rabia. Ahora comenzaba la verdadera revolución. Bajo el tórrido sol de agosto, caminamos por los lugares emblemáticos de aquella revolución, cuyos ecos, aún no han terminado de apagarse. Durante la dictadura, la voz popular y la leyenda urbana convirtió al Conducator en un auténtico diablo.

















La Rotonda de los Escritores - Rondul Roman - rinde homenaje a los más eminentes escritores rumanos del siglo XIX, aquellos que colaboraron en forja el espíritu y el nacionalismo rumano. 




Bucarest, está considerada el París de los Balcanes, este sobrenombre data de la década de 1920, su Edad de Oro, cuando la capital rumana vivió, coincidiendo con el reinado de Fernando I y de María, una gran efervescencia cultural y las estrechas calles fueron reemplazadas por bulevares, avenidas y pasajes acristalados. Todo eso se puede sentir mientras se pasea tranquilamente por sus calles.





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