Finaliza la
Segunda Guerra Mundial y cae el telón, pero un Telón de Acero que
dividió Europa (y gran parte del planeta con ella) en dos mundos
enemistados, contradictorios, que se daban la espalda el uno al otro,
y únicamente se juntaban para participar en competiciones
deportivas. En piscinas, pistas y pabellones se dirimieron, durante
varias décadas, algunos de los enfrentamientos más apasionantes de
la Guerra Fría. En los Juegos Olímpicos, el gran escaparate
deportivo, cada estado concentraba alrededor de su bandera a sus
grandes atletas. Ninguna brilló tanto, por la cantidad de medallas
que se colgó del cuello, como Larisa Latynina.
La gimnasta
soviética Larisa Latynina es la deportista con más medallas
olímpicas y la segunda del ránking absoluto, únicamente superada
por Michael Phelps. Durante casi cincuenta años y hasta la irrupción
del nadador estadounidense, nadie había ganado más preseas
olímpicas que ella (18 en total).
Larisa nació
en un pueblo ucraniano a orillas del río Dnieper, llamado Jersón.
Su infancia debió ser dura, muy dura, en una Ucrania convertida en
uno de los escenarios más cruentos de la Segunda Guerra Mundial. Su
padre murió combatiendo en Stalingrado (como miles de personas) y su
madre murió poco después. La Larisa niña, huérfana con once años,
había encontrado refugio en el ballet y la danza. Aunque comenzó a
practicar ballet, lo abandonó por la gimnasia, dejó su localidad
natal y se mudó a Kiev para mejorar su preparación. En 1954 en los
Campeonatos del Mundo formó parte del combinado soviético que ganó
el oro. La gimnasta tenía 19 años cuando se produjo su debut
internacional. Antes se empezaba a entrenar y a competir más tarde
que ahora, y por ese motivo la carrera en la alta competición se
prolongaba más en el tiempo.
En los Juegos
Olímpicos de 1956, celebrados en la ciudad australiana de Melbourne,
llegó su primer gran momento. Larisa Latynina y la húngara Agnes
Keleti (que acaba de cumplir 99 años el pasado enero) compitieron
por convertirse en la triunfadora absoluta de la especialidad (un
duelo con el conflicto político entre URSS y Hungría de fondo). La
contienda fue intensa e igualada, sin que podamos señalar cual de
las dos salió derrotada. Cada una se colgó seis medallas (el oro de
suelo compartido por ambas con una puntuación de 18.733), pero fue
Larisa quien ganó el concurso individual y el concurso por equipos.
Agnes tenía 35 años y Larisa 21. El futuro era ucraniano.
Dos años
después Larisa demostró su supremacía, y estando embarazada ganó
cinco oros (como los meses de embarazo que llevaba) en los Mundiales
de Moscú de 1958. Su hija Tania cuando era niña presumía de que
juntas habían ganado esos cinco metales. En 1960 llega a Roma y en
la cita olímpica se consagra como la gran estrella de la gimnasia,
liderando a su equipo para revalidar el oro y colgarse además, otras
cinco preseas.
En 1964
participó en sus terceros Juegos Olímpicos, los celebrados en
Tokio, y aunque consiguió otras seis medallas, demostrando su
dominio aplastante en suelo y por equipos, el relevo generacional
estaba servido en la figura de la checoslovaca Vera Caslavska. Con 32
años, y tras participar en los Mundiales de 1966 Larisa se retira de
la gimnasia pero continuó vinculada al deporte. Primero como
seleccionadora soviética y luego como organizadora de la competición
de gimnasia en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980. Al frente del
combinado nacional soviético cosechó otros tres oros olímpicos
sucesivos México 1968, Munich 1972 y Monreal 1976.
Sus
éxitos deportivos le permitieron disfrutar de algunos privilegios en
el rígido sistema social y económico de la época soviética, como
ella misma comentó en una entrevista a El País: En
Melbourne gané seis y recibí un premio en dinero. Era
aproximadamente lo que costaba un coche. Me dieron el derecho de
comprar un coche sin ponerme en lista de espera, porque en la Unión
Soviética todo era deficitario. Yo tuve derecho a saltármela
gracias a una medalla olímpica. La
gran categoría deportiva, y competitiva, de Larisa Latynina, eso que
la convierte en una de las más brillantes de la historia, queda
ilustrada con el siguiente dato; consiguió 18 medallas en las 19
competiciones que disputó (no pudo subir al podium en la prueba de
equilibrio en Melbourne 1956).
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