jueves, 30 de enero de 2020

CRISOL DE CULTURAS.




A pesar del aislamiento que proporcionaban los desiertos y la propia concepción del egipcio de considerarse un pueblo único, lo cierto es que la situación geográfica del país, entre el mar Mediterráneo, África Ecuatorial y la Península Arábiga, convierten a Egipto en una encrucijada, un punto de encuentro de pueblos y culturas de distinta procedencia. Y esto es una constante histórica desde el mismo momento en que estas tierras comenzaron a ser pobladas.

Los antiguos egipcios tenían cierto complejo de superioridad natural. Les gustaba considerarse una civilización aparte y a su amado país, excepcionalmente bendecido y protegido de sus vecinos menos afortunados por sus fronteras naturales: el mar y el desierto. Esta imagen autocomplaciente no podría haber estado más lejos de la verdad. Situado en la encrucijada de África, Asia y el Mediterráneo, Egipto fue siempre un crisol de pueblos y de influencias culturales. Desde tiempo inmemorial, los fértiles campos del valle y del delta del Nilo fueron un imán para los inmigrantes de los territorios, más áridos, situados al oeste, al este y al sur. Por su parte, la industria, la tecnología y las costumbres de las sucesivas oleadas de inmigrantes vinieron a enriquecer y renovar la civilización egipcia. En ocasiones, no obstante, las gentes de los territorios vecinos fueron a Egipto con intenciones menos benévolas, y sus innovaciones culturales vinieron acompañadas de ideas de conquista. Tales invasiones eran raras, y en general se veían rechazadas o mantenidas a raya por un Estado fuerte y centralizado. Aun así, en los momentos de debilidad política Egipto resultaba más vulnerable, especialmente a lo largo de su porosa frontera nororiental.
Toby Wilkinson.
Auge y Caída del Antiguo Egipto.


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