sábado, 23 de noviembre de 2019

BLADE RUNNER.



Si te encontrases con el creador ¿qué le dirías?. Roy Batty, enfrentado a su hacedor, actuó como cuando Cronos castró a su padre Urano. Una escena memorable de una película de las llamadas de culto.


La atmósfera, los escenarios, el rimo, los diálogos y la sugestiva banda sonora (compuesta por el infalible Vangelis) te sumergen en la historia, hasta que terminas formando parte de ella. En ocasiones te ves como un cazador blade runner, en otras escenas eres Eldon Tyrell (versión futurista del doctor Frankenstein) y en la siguiente te metes en la piel de un Nexus-6 al que se le acaba el tiempo. Cada vez que revisiono Blade Runner, tengo la sensación que es la primera vez que la veo, todo me resulta extrañamente familiar, pero también completamente novedoso.


Gótica e inquietante, un poco de filosofía, otro poco de visión apocalíptica, pequeñas dosis de erotismo y un escenario decadente de grand guignol, una historia de amor tan perturbadora como probable, un blade runner que no cree en nada pero que no deja de descubrir y un replicante que se eleva como autentico redentor de su estirpe.


Hierática y enigmática, inocente y sensual, inteligente y sensitiva, Rachel se enfrenta, como cualquiera de nosotros, a las cuestiones más trascendentales de la existencia, partiendo de la esencial ¿quién soy?, convirtiéndose en heroína y esperanza.


Blade Runner, mucho más que un clásico de ciencia ficción, ha sembrado en nuestra mente una especie de añoranza por un futuro que nunca conoceremos. Cuando finalice este 2019, ese futuro distópico y atrayente (especialmente para los ochenteros) se habrá convertido en pasado. El destino quiso que Rutger Hauer abandonase este mundo en compañía de Roy Batty.


Nosotros, soñadores empedernidos, solo podemos llegar a intuir el largo caminio y los peligros que tuvo que enfrentar Roy Batty, hasta el mágico momento en que pronuncia (con ayuda del no menos legendario Constantino Romero) su inmortal monólogo; lágrimas en la lluvia.


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