domingo, 29 de septiembre de 2019

AIGUES MORTES.




En medio de la pantanosa Camarga, una inmensa zona de marismas de la desembocadura del Ródano, donde nidifican llamativos flamencos rosas, cabalgan libres blancos caballos y pacen toros de lidia, las murallas medievales de Aigues Mortes (Aguas Muertas) sobresalen por encima de los cañaverales y los carrizos. Como la mayoría de las ciudades medievales europeas, Aigues Mortes se ha convertido en un destino turístico muy concurrido, con cafeterías, restaurantes y brasseries.


Todo el conjunto está rodeado de provechosas salinas, que llevan siendo explotadas (de manera prácticamente ininterrumpida) desde la época de los emperadores romanos.


En el siglo XIII el rey San Luis (Luis IX de Francia) necesitaba abrir aquí un puerto para acceder al mar Mediterráneo. En esta época medieval la costa no estaba tan alejada como en la actualidad y los enormes brazos del Ródano, hacían posible la salida al mar. La ciudad diseñada por San Luis y su maestro de obra Eudes de Montreuil se levantó a partir de una modesta aldea de pescadores.



El objetivo estratégico del monarca era poner en contacto su reino con el Levante Mediterráneo, las tierras de las Cruzadas y del todavía brillante Imperio Bizantino, y sus grandes puertos y mercados para el lujoso comercio con Oriente Medio y el lejano mundo de la India, Catai y Cipango.




También se utilizará como puerto de salida de los cruzados francos. El propio rey encabezó la Séptima Cruzada. Una placa en la principal iglesia de la ciudad recuerda la fecha en que el obispo entregó al rey cruzado un crucifijo con el que dirigirse a Tierra Santa.





La iglesia Notre Dame des Sablons, construida con piedras en estilo gótico ojival, es el templo más importante de la ciudad.




El hijo de Luis, Felipe el Atrevido y su nieto Felipe el Hermoso, complementaron la fortificación de la ciudad, en la que colaboró el contratista genovés Guillermo Bocanegra. Aigues se convirtió en la única salida que la Corona tenía al mar Mediterráneo.


La Tour de Constance es el elemento más llamativo de todo el recinto amurallado, pues sobresale por encima del resto de torres.



La ciudad adquiere la forma de un campamento militar romano, con trazado cuadrangular y calles paralelas y perpendiculares unas a otras. La población recuerda al rey Luis IX (cuya estatua preside la plaza principal), y las murallas, en perfecto estado de conservación, siguen siendo su mayor reclamo.


Los olores activan resortes de la memoria. El aroma que desprenden los cañaverales y el suave viento impregnado de sal, me transportan a cualquier verano de aquellos en que viví en la Bahía de Cádiz. Mi Puerto Real natal, nunca me abandonará (por muy lejos que vaya), y en lugares como este vuelvo a revivir mi infancia (tan irregular como feliz).




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