viernes, 23 de agosto de 2019

EL PRIMER CHOQUE.




Alrededor del 1000 a. C., un grupo de tribus no civilizadas —formadas por hombres altos, de tez clara y que eran cazadores salvajes— vivía al norte y al sur de la entrada del marBáltico, regiones que hoy constituyen Dinamarca, el sur de Suecia, Noruega y el norte de Alemania. Nadie sabe de dónde provenían.
Su lengua era diferente de las lenguas habladas al este y al sur, razón por la cual agrupamos juntas a esas tribus.
Muchos siglos más tarde, los romanos encontraron una tribu que descendía de esas tribus primitivas (y que aún era bastante primitiva). Los miembros de esa tribu se llamaban a sí mismos con un nombre que a los romanos les sonaba como germani. Posteriormente, los romanos aplicaron ese nombre a todas las tribus que hablaban la lengua de los Germani, por lo cual las llamamos tribus germánicas.
Entre sus descendientes actuales, se cuentan los alemanes. Pero los alemanes se llaman a sí mismos «Deutsch» (de una antigua palabra que quizá significaba «gente») y a su nación«Deutschland».


Las tribus germánicas eran algunas de las que los libros de historia a menudo llaman «bárbaras».
Para los civilizados griegos y romanos del sur, todo el que no hablase griego o latín era considerado un bárbaro, es decir, les parecía que emitían sonidos ininteligibles, tales como«barbarbar». Esa palabra, pues, no tenía necesariamente un carácter insultante. Después de todo, los habitantes de Siria, Babilonia y Egipto también eran bárbaros en ese sentido, y eran tan cultos y sabios como los griegos y los romanos, y lo eran desde hacía más tiempo.
Los germanos eran bárbaros en este sentido, pero también eran incivilizados. En siglos posteriores, contribuyeron a destruir partes del Imperio Romano, y su falta de aprecio por la cultura y el saber dio a la palabra «bárbaro» su significado actual: persona sin educación e incivilizada.
La única importancia de las tribus germánicas para el resto del mundo en esa época primitiva residía en el hecho accidental de que a lo largo de las costas meridionales del mar Báltico, unos sesenta millones de años antes, habían existido enormes bosques de pinos. Esos bosques murieron mucho antes de que el hombre apareciese en la Tierra y esa variedad de pino se ha extinguido, pero mientras los árboles vivieron produjeron enormes cantidades de resina.


Trozos endurecidos de esa antigua resina pueden encontrarse en el suelo y son arrojados desde el mar por las tormentas. Es una sustancia transparente, de colores que van del amarillo al naranja y el marrón rojizo, de bello aspecto y suficientemente blanda como para poder darle hermosas formas. Ese material (ahora llamado ámbar) era muy valorado como ornamento.
El ámbar pasaba de mano en mano, y en la Europa del Sur, gente mucho más avanzada que los habitantes de los bosques septentrionales dio con algunas muestras de él y quiso tener más. Surgió una ruta comercial del ámbar, y los productos de la Europa meridional, cambiados por ámbar, llegaron al norte.
Probablemente como resultado del comercio del ámbar,en un principio los germanos tuvieron un oscuro conocimiento de que en alguna parte del lejano sur había regiones ricas
El conocimiento del norte bárbaro era igualmente oscuro para el sur civilizado. Hacia el 350 a. C., el explorador griego Piteas de Massilia (la moderna Marsella) se aventuró por el Atlántico y exploró las costas noroccidentales de Europa.Llevó de vuelta mucha información interesante para el público lector de libros, que entonces, como siempre, sólo era una pequeña parte de la población. Pero pronto iba a llegar el tiempo en que el conocimiento de los germanos se impondría al hombre medio de un modo mucho más directo.
En los siglos primitivos, las tribus germánicas no practicaban la agricultura, sino que vivían de la caza y la cría de ganado. Los bosques septentrionales no podían sustentar a mucha gente que viviera de este modo, y hasta cuando la población era muy escasa, según patrones modernos, esas tierras estaban ya superpobladas.
Las tribus luchaban unas contra otras por la tierra necesaria para sustentar a la población en crecimiento, y una de las partes, naturalmente, perdía. Los perdedores vagabundeaban en busca de mejores pastos y mayor caza, y así hubo un lento desplazamiento de tribus germánicas fuera de sus hogares originarios.


Gradualmente, los germanos se dirigieron al sur y al este, a lo largo de la costa del mar Negro. Por el 100 a. C., habían llegado al río Rin en el oeste y ocupado la mayor parte de lo que es hoy Alemania.
A su paso, empujaron o absorbieron a un grupo de pueblos que antaño habían dominado vastos tramos de Europa septentrional y occidental, y que hablaban un grupo de lenguas emparentadas entre sí llamadas célticas. Al oeste del Rin, por ejemplo, estaban las tribus celtas que habitaban una región llamada Gallia por los romanos y Galia por nosotros.
A medida que los germanos se desplazaban al oeste y al sur, deben de haber oído hablar cada vez más de las ricas y maravillosas tierras del sur. Por el 150 a. C., la gran civilización de los griegos estaba en decadencia, pero Italia estaba aumentando rápidamente en poder y riqueza. La ciudad de Roma, en Italia central, estaba imponiendo afanosamente su dominación sobre toda la región mediterránea.
El sur debe de haberles parecido incalculablemente rico a los germanos..., un maravilloso lugar para un posible botín. La atracción del sur se combinó con tiempos excepcionalmente duros en el norte, pues en lo que es ahora Dinamarca, la superpoblación crónica había empeorado a causa de los daños producidos por tormentas e inundaciones.
Hordas de hombres, mujeres y niños de las tribus empezaron a marchar hacia el sur en cantidades sin precedentes, en 115 a. C. Los romanos llamaron luego a esas hordas los cimbrios. (La península danesa que llamamos Jutlandia todavía lleva el nombre más antiguo de península Cimbria.)
En el curso de su migración hacia el sur, empezaron a unirse a los cimbrios otras tribus, llamadas los teutones por los romanos. Este nombre tribal particular más tarde fue aplicado a todos los germanos, por lo que podemos llamarlos los teutones o los pueblos teutónicos. También podemos hablar de las lenguas teutónicas, que incluyen a todas las habladas por aquellos antiguos germanos: el inglés es una de ellas.
(Dicho sea de paso, no es en modo alguno seguro que los cimbrios y los teutones —pese al nombre de éstos— fuesen realmente germanos. Aunque ésta es la creencia tradicional, muchos historiadores modernos piensan que eran celtas, en parte o hasta en su totalidad.)
No es muy probable que los cimbrios migrantes fueran en realidad una hueste formidable. Entre ellos escaseaba el metal, por lo que no llevaban armadura y tenían unas pocas espadas cortas. Sus armas eran muy inferiores a las romanas. Además, carecían de disciplina o de toda idea de una táctica ordenada.
Su única esperanza de vencer a los romanos era cogerlos por sorpresa y caer sobre ellos como el rayo con feroces alaridos, a la espera de que el primer choque los desorganizase y los hiciese echar a correr.
Esto ocurrió muy a menudo. En primer lugar, las tribus constituían una hueste numerosa, pues todos luchaban, mujeres y niños crecidos tanto como los hombres. Además, los germanos tenían un aspecto temible, con sus largos cabellos desgreñados y sus vestimentas primitivas. También eran altos, mucho más altos y fuertes, individualmente, que los hombres de las tierras mediterráneas.
Las tropas romanas podían haber vencido fácilmente a las hordas bárbaras, si se hubiesen mantenido firmes y conservado su sangre fría; pero muy a menudo rompían filas y echaban a correr al primer ataque. Entonces era fácil para las tribus eliminar uno a uno a los soldados que corrían y hacer una matanza con ellos.
Los rumores de la marcha hacia el sur de los cimbrios los precedieron y, como sucede casi siempre con los rumores, fueron exagerados al propagarse. Se decía que los cimbrios eran medio millón o más; su altura, su fuerza y su ferocidad eran descritas en términos superlativos. El ejército romano enviado al norte para enfrentarse con ellos del otro lado de los Alpes oyó esos cuentos y quedó aterrorizado y semiderrotado ya antes de tomar contacto con ellos.
Los cimbrios lucharon con ese ejército el 113 a. C. y lo destruyeron fácilmente. Ahora tenían ante ellos los Alpes, indefensos. Pero los hombres simples de las tribus no tenían ideas claras sobre geografía. ¿Para qué trepar por esos picos elevados, si podían virar hacia el oeste y bordear la cadena montañosa? Se dirigieron, entonces, a la Galia.


Tres batallas distintas entre los cimbrios y los romanos tuvieron lugar en la Galia, y los romanos las perdieron todas. En 105 a. C., toda Roma era presa absoluta del pánico. En las heroicas guerras de los dos siglos anteriores, habían derrotado casi a todas las naciones importantes que rodeaban al Mediterráneo, pero ante esos bárbaros mal armados parecían inermes.
Indudablemente, si los cimbrios hubiesen marchado entonces sobre Italia, hubiesen obtenido un botín que habría superado sus más alocados sueños y podía haber cambiado la historia del mundo. Pero, nuevamente, una dirección les parecía lo mismo que otra y, afortunadamente para los romanos, avanzaron más al oeste y penetraron en España, donde combatieron con pueblos celtas que no eran mucho menos primitivos que ellos.
Esto dio tiempo a Roma, y apareció el hombre apropiado para la ocasión. Era un soldado rudo y prácticamente analfabeto llamado Cayo Mario. Se convirtió de hecho en dictador de Roma y se puso a trabajar a fin de forjar un ejército y prepararlo para que resistiese con firmeza el embate de los bárbaros
En 102 a. C., cuando los bárbaros retornaron de España y finalmente parecían dispuestos a invadir Italia, Mario estaba preparado para enfrentarse a ellos. Los bárbaros avanzaron en dos contingentes, uno de los cuales fue exterminado casi hasta el último hombre en el sur de la Galia. El otro logró abrirse camino hasta Italia, pero en el 101 a. C. fue aniquilado en el valle del Po.
La amenaza desapareció totalmente y Roma experimentó una espasmódica alegría. Por el momento, Mario fue su niño mimado. Quizá nadie por entonces podía prever que esas batallas entre romanos y bárbaros sólo fueran el primerepisodio de una guerra que duraría muchos siglos.
Isaac Asimov. La Alta Edad Media.



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