miércoles, 1 de mayo de 2019

MEKNES, CAPITAL ALAUITA.



La cuarta capital imperial de Marruecos (junto a Fez, Rabath y Marrakech) es una interesante ciudad de larga historia, monumental y llena de la vitalidad típica de las viejas urbes del Mediterráneo. Situada en el corazón de una de las regiones más fértiles del país, domina al oeste las llanuras del Gharb y al este las montañas del Medio Atlas. Esta posición privilegiada la obligó a padecer largos asedios, saqueos y destrucción. No obstante siempre ha sido capaz de renacer de sus propias cenizas.



Bullicio y ajetreo, vendedores de lo cotidiano inundan las aceras y cualquier esquina.




La primera parada en el camino hacia el desierto de Sahara, hoy una ciudad de provincias, ayer capital del reino de Marruecos con el sultán Mulay Ismail. Este soberano, coetáneo entre otros de Luis XIV de Francia, embelleció Meknes (o Mequinez), con puertas monumentales, jardines, palacios y mezquitas. Una población digna de un imperio conocida como la Versalles de Marruecos.



Meknes (Mequínez en su versión castellanizada) debe su nombre a la tribu de los miknasa, cuyos señores participaron durante el siglo X en las luchas entre los omeyas de Córdoba y los fatimíes de Túnez.



Una ciudad pequeña, cuyos restos, edificios y murallas, presumen de su pasada grandeza. Las imponentes y largas murallas encierran los palacios imperiales, el sueño del prime rey de la dinastía alauita.



Ubicada a los pies del impresionante Atlas, entra el Atlas Medio y las colinas prerrifeñas, en un meseta que alcanza los 500 metros de altura. Los orígenes se remontan al siglo VIII y se vinculan con una tribu bereber conocida con el nombre de Meknasa. La llegada de los almorávides tiempo después suposo la fortificación de esta población. Tras el colapso del poder almorávide la ciudad cayó en manos almohades. Estos últimos otorgaron a Meknes la categoría de medina, antes no era más que una villa donde predominaba el aspecto rural. 


 Más tarde los benimerines embellecieron la ciudad, aunque el auténtico esplendor de Meknes tuvo lugar en el siglo XVII cuando Mulay Ismail (fundador de la dinastía alauita) la convirtió en la capital política del país.



Plaza fuerte y residencia real, Mequínez se transformó en un inmenso solar de obras, murallas, bastiones, puertas monumentales, explanadas, palacios, cuadras, graneros y estanques aparecen, se entremezclan, cambiando por completo la ciudad medieval, cubriendo la kasba y las residencias de las épocas almohade y meriní precedentes. Muley Ismail, el rey constructor que mostraba una abierta inclinación por la monumentalidad, vigila personalmente las obras. Rodea su capital de un recinto de 40 kms, de muros. La kasba que envuelve sus palacios presenta 20 puertas fortificadas; sus cuadras daban cabida hasta a 12.000 caballos; unos 50 palacios, independientes unos de otros, iluminan el cielo de Mequínez con sus cúpulas piramidales cubiertas de tejas verdes. En ls obras trabajaron obreros, artesanos y albañiles de todas las partes del reino, así como numerosos cautivos cristianos fruto del corso practicado en los puertos del criben y la comparan a menudo con las grandes metrópolis de la época.
Itinerario cultural de Almorávides y Almohades.
Magreb y península Ibérica. Fundación: El legado andalusí.



Junto los árabes y los bereberes, Meknes acogió a una importante comunidad de judíos y a numerosos moriscos expulsados de España.





La ciudad se encuentra situada en una de las mejores regiones agrícolas del Marruecos y es por derecho propio un destacado punto para el comercio y la producción agraria. La riqueza agrícola de Meknes es legendaria, los textos medievales se referían a ella como Miknasat al – Zaytum; Mekes del Olivo. En la actualidad sigue siendo el país de la vid (el principal productos de vino del país) y de otras frutas.




Recias murallas almenadas de color rojizo protegen la ciudad y delimitan los diferentes espacios urbanos. Leí por ahí que existen 40 kilómetros de muralla, y tras pasar un día entero caminando sin perderlas de vista no parece un exageración.



La menos turística de las cuatro capitales históricas del país. Esta circunstancia le confiere un encanto especial de ciudad de segunda fila.



Siempre he pensado que la mejor manera de ver una ciudad, conocer a su gente, acercarse a la cultura e intuir, al menos, su idiosincracia, es perderse por sus calles, caminar sin rumbo, dejándose sorprender en una esquina, una plaza o un desvencijado comercio. Y eso es lo que hicimos una mañana en Meknes y descubrimos sonidos, olores, colores y sabores de un mercado en cualquier rincón del ancho mundo.





Por supuesto nos acercamos a la deliciosa grastronomía marroquí. 



Las cigüeñas cubren los cielos y construyen sus nidos en cualquier lugar elevado.



Las cigüeñas se han adaptado perfectamente a la vida en las ciudades. Meknes cuenta con una numerosa colonia de esta bella ave. Juro que nunca he visto tantas en mi vida.



La plaza el Hedim se extiende entre la Medina y la zona noble de la ciudad.



La ornamentada puerta Bab el Mansour permite el paso a la ciudad imperial levantada con esmero por Mulay Ismail.



Además de palacios, graneros, caballerizas y un impresionante estanque, en su interior se levanta el suntuoso mausoleo de Ismail.



La entrada del mausoleo de Mulay Ismail.



Capitel. Meknes es heredera de la ciudad romana de Vollubilis y en sus calles es fácil encontrar restos de aquella urbe.



La medina de Lalla Auda se ubica en el interior de la ciudad imperial.



En el espacio que se abre entre las murallas se extiende la plaza Lalla Auda.








En el interior de la medina se disponen casas, talleres y comercios varios. La zona residencial es un laberinto colosal, tan complicado como embaucador.





Durante gran parte de su historia Meknes ha sido un destacado centro cultural. En el siglo XVI acogió a uno de los más populares poetas marroquíes; Sidi Abd al-Rahman al-Maydub, el loco por Dios. En los jardines de la ciudad aún resuenan los ecos de sus versos:
“Mi corazón se parece a un horno de calero,
encerrado en el intenso calor de su fuego;
por encima, ningún fuego;
y por debajo, piedras calcinadas”.



Meknes fue también un notable centro de peregrinación, gracias al santuario del patrón de la ciudad, al Hadi Ben Aisha, un reformador religioso del siglo XVI que fundo la hermandad mística aisawa. Aún en la actualidad cuenta con muchos seguidores.



Las antiguas murallas compartimentan la ciudad en plazas y barrios, medinas, mezquitas y palacios. Aquí cualquier lugar es bueno para montar un mercadillo efímero (el producto que puedes comprar hoy quizás mañana no lo encuentres). El magrebí, ya sea árabe o bereber, lleva el comercio en las venas, vive por y para ello. Su máxima es vender y regatear. ¿O era al revés?.




Paseando por la zona residencial, alejándonos del núcleo histórico, entramos de lleno en la vida cotidiana de la ciudad; las casas, los viejos talleres, las tiendas de barrio (las de toda la vida), los colmados y las carnicerías . . . todo me recuerda a mi infancia (allá por los primeros años de la década de los '80). Cuanto más viajo más me convenzo de lo parecidas que son todas las ciudades del mundo.





No pueden faltar ni los colores ni las rejas.






Un país dedicado al sector primario. Olores, colores y sabores auténticos (pudimos comprobarlo). Aquí nadie compra la fruta ni la verdura en el supermercado. Aquí la verdura salta del huerto a la cazuela.





Un símbolo de la globalización y del triunfo del sistema capitalista.





Toda la belleza del estanque de Agdad en un medio día del mes de diciembre (un cálido invierno en esta parte del país).







Al caer la noche los comerciantes recogen sus tenderetes y marchan a descansar. Es la ley no escrita del zoco callejero. Los puestos ambulantes y mercancías quedan en la calle, todos amantonados en un solar que también sirve de aparcamiento situado a los pies de la poderosa muralla.





Nosotros pernoctamos ahí.





Las bestias descansan y se preparan para una larga y agotadora jornada de trabajo. Estas calesas pretender recrear el ambiente maravilloso de aquellas fantásticas narraciones de las Mil y una noches.



Un lugar lleno de contrastes y desequilibrios. 




 El cielo de Meknes. Cubiertas planas y viejas azoteas, una forma constructiva típica en ambas orillas del Mare Nostrum.





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