Una etapa preciosa, menos llana
de lo que se cuenta, lleva a los peregrinos xacobeos desde Pontevedra
hasta Caldas de Rei, una ciudad balneario, ideal para descansar tras
una larga caminata.
Un puente de base romana que cruza el río Lérez
sirve para abandonar el casco viejo pontevedrés. La oscuridad y la
neblina matutina lo envuelven todo.
Un antiguo pazo monumental
invadido por la vegetación ubicado en la parroquia de Alba a pocos
kilómetros de la capital. La naturaleza recupera lo que siempre fue
suyo, lo que nunca debió perder. El ser humano desaparecerá, y como
recuerdo quedarán las piedras que colocó conformando extrañas
formas.
Para ver mundo nada mejor que caminarlo.
Viñedos por todos lados. Los que hoy dan sombra, mañana serán
vino. Sin duda alguna una tierra fecunda en buenos caldos.
Cruceiros solitarios, antaño vigilaban las encrucijadas.
Un lugar idílico para descansar, y por momentos, perderse del
mundo, los muiños del río Barosa. Naturaleza domeñada por las
sociedades humanas, no pierde su belleza.
Tibo. El final de un precioso
camino. Se alza un cruceiro de 1654 y al lado una refrescante fuente
de cuatro bocas construida en 1880. Entramos de lleno en el mundo
rural y tradicional gallego, recuerdos vivos de otro tiempo, de otras
formas de vida que se resisten a perecer en el olvido.
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