La iglesia oriental, desde los
inicios mismos del Cristianismo, fue la parte del imperio que más
rápida e intensamente se cristianizó. Una iglesia más culta, y
dinámica, en las provincias orientales se desarrolló la tradición
bíblica, celebró los primeros concilios y se produjeron los más
acalorados debates cristológicos. Ambas iglesias caminaron malamente
unidas hasta que en 1054 el patriarca de Constantinopla, Miguel
Cerulario, rompió con el papa de Roma. El Cisma de Oriente alumbró
el nacimiento de la Iglesia Ortodoxa (la auténtica).
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