La vida de Tuy y su existencia
misma está estrechamente unida al río Miño. Cuenta una antigua
leyenda que cuando los romanos llegaron a Gallaecia creían que el
Miño era un río embrujado. Pensaban que tras él, escondido entre
la niebla, se encontraba el Finis Terrae, un enorme acantilado que
los arrojaría al vacío.
El Miño desagua en el Océano
Atlántico y durante 76 kilómetros dibuja la frontera entre España
y Portugal. Los últimos 33 kilómetros, entre Tui y La Guardia, son
navegables.
Desde hace milenios los ríos se
han utilizado como vías de comunicación, contacto e intercambio
entre las diferentes sociedades humanas. Desde la Antigüedad las
aguas del Miño fueron aprovechadas para el comercio de productos
como la madera, la sal, que llegaban a diferentes puntos de Galicia,
Castilla y Portugal.
Cerca del convento de Santo
Domingo en Tui existía un importante embarcadero. En su entorno
proliferaron los almacenes de Sal, una muestra de la importancia del
monopolio de este producto para la ciudad.
De orilla a orilla circulaban
mercancías, pero también personas; los viajeros, caminantes y
peregrinos que iniciaban su recorrido en tierras portuguesas debían
atravesar el Miño en barca. La vía romana, las rutas medievales,
los caminos reales y el Camino de Santiago utilizaron las
infraestructuras disponibles hasta que en el siglo XIX se construyó
el Puente Internacional.
El tramo del Bajo Miño forma una
estrecha ría, rica en depósitos de sedimentos, un ambiente ideal
para mejillones, lampreas, angulas y salmones, así como un sinúmero
de aves: patos, avefrías y otras especies.
Embarcaciones del Miño, una
autovía sobre las aguas.
El Vaigel, que ya en el siglo XV
se utilizaba para el transporte de vino, es uno de los barcos más
antiguos de los que se conocen. La Pinaza, dedicado a la pesca tenía
capacidad para una tripulación de 10 a 12 hombres. De todas formas,
el Carocho es la embarcación tradicional y habitual del Miño.
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