sábado, 2 de marzo de 2019

LA NAVEGACIÓN POR EL RÍO MIÑO.




La vida de Tuy y su existencia misma está estrechamente unida al río Miño. Cuenta una antigua leyenda que cuando los romanos llegaron a Gallaecia creían que el Miño era un río embrujado. Pensaban que tras él, escondido entre la niebla, se encontraba el Finis Terrae, un enorme acantilado que los arrojaría al vacío.

El Miño desagua en el Océano Atlántico y durante 76 kilómetros dibuja la frontera entre España y Portugal. Los últimos 33 kilómetros, entre Tui y La Guardia, son navegables.


Desde hace milenios los ríos se han utilizado como vías de comunicación, contacto e intercambio entre las diferentes sociedades humanas. Desde la Antigüedad las aguas del Miño fueron aprovechadas para el comercio de productos como la madera, la sal, que llegaban a diferentes puntos de Galicia, Castilla y Portugal.

Cerca del convento de Santo Domingo en Tui existía un importante embarcadero. En su entorno proliferaron los almacenes de Sal, una muestra de la importancia del monopolio de este producto para la ciudad.


De orilla a orilla circulaban mercancías, pero también personas; los viajeros, caminantes y peregrinos que iniciaban su recorrido en tierras portuguesas debían atravesar el Miño en barca. La vía romana, las rutas medievales, los caminos reales y el Camino de Santiago utilizaron las infraestructuras disponibles hasta que en el siglo XIX se construyó el Puente Internacional.

El tramo del Bajo Miño forma una estrecha ría, rica en depósitos de sedimentos, un ambiente ideal para mejillones, lampreas, angulas y salmones, así como un sinúmero de aves: patos, avefrías y otras especies.


Embarcaciones del Miño, una autovía sobre las aguas.
El Vaigel, que ya en el siglo XV se utilizaba para el transporte de vino, es uno de los barcos más antiguos de los que se conocen. La Pinaza, dedicado a la pesca tenía capacidad para una tripulación de 10 a 12 hombres. De todas formas, el Carocho es la embarcación tradicional y habitual del Miño.


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