Antes que
Curro Jiménez o José María Hinojosa “el Tempranillo” muchos
bandoleros camparon a sus anchas por las vastas extensiones de tierra
de la Piel de Toro, desde Viriato a Corocotta, pasando por el
incansable Sanchicorrota, que convirtió las áridas y yermas tierras
de las Bárdenas Reales en su campo de acción.
En el siglo
XIV la Bárdena era terreno despoblazo, zona de frontera con el Reino
de Aragón, alejada de núcleos urbanos y vías de comunicación, e
ignorado por cualquier tipo de jurisdicción. Un lugar peligroso y
unas circunstancias que favorecían la existencia de cuatreros y
ladrones de ganado, de salteadores de caminos y salvajes bandoleros.
Si bien no existían (ni existen) bosques frondosos donde buscar
refugio, había barrancos y mucha tierra por donde escapar al galope.
De todos
estos forajidos y personajes de mala vida, destacó el legendario
Sanchicorrota, un rey sin corona que dominaba desde su caballo toda
la tierra que le rodeaba. La leyenda recuerda a un hombre cruel,
capaz de eliminar a quienes le ayudaron a construir su cueva para
evitar que delatasen su posición, pero también a un ser bondadoso y
comprensivo, que no dudaba en repartir el botín entre los más
necesitados.
La tradición
oral ha conservado el recuerdo de sus gestas y de su astucia, que
según cuentan, puso al revés las herraduras de su montura, de modo
que nadie era capaz de decir si iba, o si venía. Sanchicorrota fue
genio y figura hasta la sepultura, ya que ante la inminencia de su
captura, decidió quitarse la vida. No obstante su cuerpo fue
expuesto durante tres días en Tudela para escarnio público.
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