domingo, 2 de septiembre de 2018

ALFONSO I DE ASTURIAS “EL CATÓLICO”.




Muerto el desgraciado Favila (devorado por un oso), heredero del caudillo Pelayo, los magnates asturianos alzaron como nuevo rey a Alfonso I, un hijo de dos estirpes; la asturiana de Pelayo – Alfonso de había casado con Ermesinda, hija del vencedor de Covadonga – y la cántabra, pues su padre era el influyente duque Pedro de Cantabria.

Una vez coronado, el ambicioso Alfonso comenzó la ampliación del modesto reino astur, y para ello aprovechó las disenciones que surgieron entre árabes y bereberes (un río revuelto en el que también supo pescar el omeya huido Abderramán I) más preocupados en perpetuar enquistadas rencillas tribales, que en mantener la cohesión política de Al Andalus. Estamos ante los primeros balbuceos de la gran empresa medieval; la Reconquista.


Alfonso reunió a sus hombres, descendió de las montañas y lanzó rápidas y certeras incursiones por Galicia y Portugal, desolando la Tierra de Campos y alcanzando – según cuentan – la Rioja. Estiró sus fronteras meridionales hasta el Duero y las orientales hasta Mondego. Su hijo Fruela cabalgaba a su lado.

Estas acciones armadas contribuyeron a la consolidación de una entidad política independiente (cristiana por oposición al emirato andalusí) de tal forma que tradicionalmente se ha considerado a este Alfonso el auténtico fundador de la monarquía asturiana. No obstante, las luchas enquistadas entre monarquía y nobleza (incómoda herencia visigoda) debilitaron el reino asturiano y minimizaron los logros de Alfonso, que fue sucedido por una serie de débiles y efímeros monarcas. Los restos del rey Alfonso reposan en la cueva de Covadonga.


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