viernes, 27 de julio de 2018

BRUJERÍA




La brujería llama a nuestros ancestros, nos lleva al origen de la sociedad, a un tiempo en que la religión reglada y dogmática no había surgido aún, y hombres y mujeres, sentían la necesidad de contactar con el lado numinoso de la existencia. Pero la brujería también llama a la represión, al miedo y a la superstición, dos caras de la misma moneda. Sin comprender la una, no es posible explicar la otra.

Un caso más de violencia hacia la mujer, miedo ancestral a la vulva libre e independiente. Sacerdotes e inquisidores, obligados a vivir en castidad (insana y antinatural) están convencidos del peligro que supone para el “statu quo” una mujer liberada. Podemos entrever en estos procesos una forma brutal de imponer (a toda costa) el patriarcado judeocristiano.

El Romanticismo, una corriente de pensamiento y sentimiento que explotó en Europa junto a revoluciones liberales y nacionalistas, utilizó primero la literatura, y más tarde el cine (y el cómic) para dibujar la imagen de la bruja: una heroína rebelde que conoce los secretos de la naturaleza y los utiliza para hacer el bien. Una mujer valiente que se enfrenta sola a un mundo injusto dirigido por hombres que la marginan. Paralelamente se fue diseñando a otro bruja, la que vuela en escoba, celebra aquelarres y adora a Satán. Una alcahueta fornicadora y una hechicera que conoce poderosos filtros que utiliza para ganar un poco de dinero. Una mujer que representa, en este caso, la antítesis de la piadosa y devota cristiana.

Estas dos imágenes, que pueden ser complementarias, han labrado el concepto de bruja que manejamos en este milenio.


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