jueves, 15 de febrero de 2018

MELAMPO.




El minia Melampo, nieto de Creteo, vivía en Pilos, Mesenia, y fue el primer mortal al que se concedieron los dones proféticos, el primero que practicó la medicina, el primero que edificó templos a Dioniso en Grecia y el primero que mezcló el vino con agua.

Su hermano Biante, por quien sentía gran afecto, se enamoró de su prima Pero, y eran tantos los pretendientes a su mano que su padre Neleo la prometió al hombre que pudiera ahuyentar de Milacas el ganado del rey Fílaco. Éste apreciaba ese ganado más que cualquier otra cosa del mundo, con excepción de su hijo único Ificlo, y lo guardaba personalmente con la ayuda de un perro que nunca dormía y al que nadie se podía acercar.

Ahora bien, Melampo entendía el lenguaje de las aves, pues le había limpiado los oídos, lamiéndoselos, una carnada agradecida de serpientes jóvenes a las que había librado de la muerte a manos de sus sirvientes y los cadáveres de cuyos padres había enterrado piadosamente. Además, Apolo, con quien se encontró un día en las orillas del río Alfeo, le enseñó a profetizar examinando las entrañas de las víctimas sacrificadas. Así fue cómo supo que quienquiera que tratase de robar el ganado de Fílaco lo recibiría como obsequio, pero sólo después de haber estado encarcelado durante exactamente un año. Como Biante estaba desesperado, Melampo decidió ir al establo de Fílaco en plena noche, pero tan pronto como intentó tocar una vaca el perro le mordió en la pierna y Fílaco, levantándose de un salto de la paja en que dormía, lo hizo encarcelar. Eso era, por supuesto, lo que esperaba Melampo.

En la tarde del día en que terminaba su año de encarcelamiento oyó Melampo a dos carcomas que hablaban en el extremo de la viga que se introducía en la pared sobre su cabeza. Una de ellas preguntó con un suspiro de cansancio:
¿Cuántos días de roer nos quedan todavía, hermana?
La otra, con la boca llena de polvo de madera, contestó:
Estamos progresando mucho. La viga caerá mañana al amanecer si no perdemos el tiempo en conversaciones inútiles.
Melampo gritó al oír eso:
¡Fílaco, Fílaco, te ruego que me traslades a otra celda! Aunque Fílaco se rió de las razones de Melampo, le trasladó a otra celda. Cuando la viga cayó en la hora predicha y mató a una de las mujeres que ayudaban a sacar la cama, la presciencia de Melampo dejó asombrado a Fílaco.
Te concederé la libertad y el ganado —le dijo— si curas de
la impotencia a mi hijo Ificlo.

Melampo accedió. Comenzó la tarea sacrificando dos toros a Apolo, y después de haber quemado los fémures con la grasa, dejó las reses muertas junto al altar. Poco después descendieron dos buitres y uno de ellos le dijo al otro:
Deben haber pasado varios años desde que estuvimos aquí la última vez. Fue cuando Fílaco castraba carneros y nosotros tuvimos nuestros gajes.
Lo recuerdo —dijo el otro— Ificlo que entonces era todavía un niño, vio que se le acercaba su padre con un cuchillo manchado con sangre y se asustó. Al parecer temía que le castrara también a él, porque se puso a gritar con todas sus fuerzas. Fílaco clavó el cuchillo en el peral sagrado que se alzaba aquí, para no perderlo, mientras corría a consolar a Ificlo. Ese susto explica la impotencia. ¡Pero Fílaco se olvidó de recoger el cuchillo! Allí está todavía, clavado en el árbol, pero la corteza ha cubierto su hoja y sólo se ve el extremo del mango.
En ese caso —observó el primer buitre— el remedio de la impotencia de Ificlo sería extraer el cuchillo, raspar el orín dejado por la sangre de carnero y administrárselo, mezclado con agua, durante diez días seguidos.
Estoy de acuerdo —declaró el otro buitre—. ¿Pero quién aún con menos inteligencia que nosotros, sería lo suficientemente sensato como para prescribir semejante medicina?

Así pudo Melampo curar a Ificlo, quien no tardó en engendrar un hijo llamado Podarces; y, habiendo reclamado primeramente el ganado y luego a Pero, entregó ésta, todavía virgen, a su agradecido hermano Biante.

Ahora bien, Preto, hijo de Abante, que reinaba en Argólide juntamente con Acrisio, se había casado con Estenebea, quien le dio tres hijas llamadas Lisipe, Ifínoe e Ifianasa, aunque algunos llaman a las dos menores Hipónoe y Cirianasa. Bien porque habían ofendido a Dioniso, o bien porque habían ofendido a Hera por haber incurrido excesivamente en amoríos, o robando el oro de su imagen en Tirinto, la capital de su padre, los dioses enloquecieron a las tres, que recorrían furiosas las montañas como vacas picadas por el tábano, conduciéndose de la manera más desordenada y atacando a los viajeros.

Cuando Melampo se enteró de eso fue a Tirinto y se ofreció a curarlas, con la condición de que Preto le recompesara con la tercera parte de su reino.
El precio es demasiado alto —replicó Preto bruscamente, y Melampo se retiró.
La locura se extendió a las mujeres argivas, muchas de las cuales mataban a sus hijos, abandonaban sus hogares y en su desvarío iban a unirse a las tres hijas de Preto, por lo que no había seguridad en los caminos y los rebaños de ovejas y el ganado vacuno sufrían fuertes pérdidas, porque las mujeres desenfrenadas descuartizaban a los animales y los devoraban crudos. Al ver eso Preto se apresuró a llamar a Melampo para decirle que aceptaba sus condiciones.
No, no —dijo Melampo—, así como ha aumentado la enfermedad, así también han aumentado mis honorarios. Dame a mí una tercera parte de tu reino y dale otra tercera parte a mi hermano Biante, y me comprometo a librarte de esa calamidad. Si te niegas, no quedará en su hogar una sola mujer argiva. Preto aceptó y Melampo le aconsejó:
Promete veinte bueyes rojos a Helio —yo te diré lo que debes decir— y todo andará bien.

En conformidad, Preto prometió los bueyes a Helio, con la condición de que sus hijas y las acompañantes de éstas se curasen, y Helio que lo ve todo, prometió inmediatamente a Artemis que le daría los nombres de ciertos reyes que no habían hecho sacrificios, con la condición de que convenciera a Hera para que anulara su maldición de las mujeres argivas. Ahora bien, Artemis había perseguido y dado muerte recientemente a la ninfa Calisto para complacer a Hera, por lo que no tuvo dificultad en ponerla de su lado en el asunto. Así es como se hacen las cosas tanto en el cielo como en la tierra: una mano lava a la otra.

Luego Melampo, ayudado por Biante y un grupo escogido de jóvenes fornidos condujeron a la desordenada multitud de mujeres de las montañas a Sición, donde se curaron de su locura, y luego las purificaron mediante la inmersión en un pozo sagrado. Como no encontraron a las hijas de Preto entre aquella chusma, Melampo y Biante fueron otra vez en su busca y persiguieron a las tres hasta Lusi en Arcadia, donde se refugiaron en una cueva que daba al río Estigia. Allí Lisipe e Ifianasa recuperaron su juicio y se purificaron, pero Ifínoe había muerto en el camino.

Melampo, se casó luego con Lisipe; Biante (cuya esposa Pero había muerto hacía poco) se casó con Ifianasa, y Preto recompensó a ambos de acuerdo con su promesa. Pero algunos dicen que el verdadero nombre de Preto era Anaxágoras.
Robert Graves.
Los Mitos Griegos. 


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