viernes, 17 de noviembre de 2017

TRASHUMANCIA

            

Cabras y ovejas marchan al son de cencerros, escoltadas por zagales y adultos curtidos, y vigiladas de cerca por perros pastores. Esforzados ganaderos, hijos de una estirpe de rudos caminantes, como los describió Antonio Machado, que cada cambio de estación recogen sus bártulos y se ponen en marcha. En verano hacia los frescos pastos de las cumbres, en invierno hacia los templados valles. La trashumancia es una actividad inherente al hombre mediterráneo.

            Tradicionalmente la trashumancia ha desempeñado un papel crucial en la vida y la economía de la Península Ibérica, y por extensión a toda la Europa mediterránea. Recordemos por ejemplo al pastor lusitano Viriato, a los ganaderos vettones que llenaron la Meseta con sus toscos verracos de piedra o a los esforzados miembros de las mestas medievales.

            No obstante la trashumancia no se circunscribe estrictamente a la zona mediterránea, pues se ha practicado en todo el sur del continente desde Aquitania hasta la llanura húngara y Valaquia. “En la totalidad de los Balcanes ha sido facilitada por la unificación turca: no era raro encontrar pastores valacos en el norte de Grecia”. (Max Derruau).

            Habitualmente las rutas, sendas, cañadas y cordeles utilizados por los rebaños de cabras, vacas y ovejas, venían definidos por las propias condiciones naturales del terreno.



            Al paso de los rebaños se producen los conflictos con los labriegos, como aquellas viejas películas de John Wayne, y con los grandes terratenientes. Para defender sus intereses económicos los ricos ganaderos se agruparon formando poderosas corporaciones, como el Honrado Concejo de la Mesta auspiciado por el rey Alfonso X en el Reino de Castilla.

            Gracias al apoyo monárquico y a la solidaridad dentro de la Mesta, la lana se convirtió en base de la riqueza de un importante sector de la nobleza castellana que obtenía pingües beneficios con la exportación del género a Flandes e Inglaterra. En otras regiones del sur de Europa, esta actividad contribuyó al desarrollo de manufacturas textiles como sucedió en Montpellier o Florencia.



            En Extremadura y en La Mancha fueron las Órdenes Militares las propietarias de pastos y de ganados, de tal manera que la Orden de Calatrava tenía en el Campo de Calatrava inmensos terrenos dedicados al pasturaje de los que obtenían enormes beneficios. 

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