viernes, 3 de noviembre de 2017

LAGUARDIA, CENTINELA DE LA RIOJA ALAVESA.



Centinela histórico de la Rioja Alavesa, tierra lana y vinícola. Una vez pasados los avatares bélicos de la Edad Media, y perdida su original función defensiva, los vecinos de Laguardia volcaron todos sus esfuerzos en una lucrativa labor: la elaboración del vino.


Un pueblo minado, completamente hueco, el subsuelo de la villa está lleno de bodegas. Bodegas a ocho metros bajo el suelo. Abiertas en el siglo XV se utilizan como bodegas a partir del siglo XVII. La temperatura constante de 14º C y la humedad, son condiciones ideales para el envejecimiento de los caldos.


El Cachimorro acompañado de dos danzarines en el reloj de la Plaza Mayor.


Para combatir el frío invernal, nada mejor que una buena ración de patatas a la riojana.


Tierra de frontera, históricamente disputada por unos y por otros: navarra, castellana, vasca o riojana. Laguardia bebe (vino) de todas las influencias. La ciudad surgió como una fortaleza que defendía la frontera sur del Reino de Navarra frente al reino de Castilla y sus sempiternas invasiones.


La Torre Abacial era capitana en la defensa de todo el conjunto urbano.


Dejamos atrás el mar Cantábrico y los imponentes Montes Vascos, y nos internamos en La Rioja, una tierra limítrofe con la áspera Meseta Central, la unidad de relieve que organiza y vertebra toda la superficie de la Península Ibérica.


Rodeada de viñedos, la sangre de esta tierra, atalaya silente que custodia, con ciertas dosis de recato, las penas y alegrías de su gente. Un pueblo laborioso que arranca de la tierra el fruto más preciado. Gente que pasea por estrechas calles paralelas. Un conjunto urbano muy ordenado, que sin querer abandonar el Medievo, triunfa plenamente en este tercer milenio. Un era en la que todo el mundo viaja y todo el mundo conoce, y esta villa de Laguardia está preparada para satisfacer a sus visitantes más exigentes.


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