lunes, 18 de septiembre de 2017

MUY LEAL Y Y VALEROSA VILLA DE OÑA.



La villa condal de Oña, circunscrita a la ruta “Raíces de Castilla”·, situada en las Merindades, es un pedacito de la historia del origen mismo de “las Españas” (así, en plural). Enclavada a orillas del río Oca, un ave, que para los egipcios era símbolo del renacer solar diario.


Una pequeña ciudad medieval con un envoltorio funcional y algo destartalado. El nombre del río, Oca, trae consigo vientos míticos de Templarios y Juego de la Oca. No, imposible, Oña ya era Oña mucho antes que el temple fuese siquiera proyecto.


El arco de las estrella es uno de los tres accesos que poseía la ciudad en la Edad Media. La calle que arranca junto al arco lleva a la antigua judería. 


Una plaza del ayuntamiento irregular, con aires de otra época. Templos, torres y fachadas barrocas. Todo concentrando en unos pocos metros de casco urbano.



Cerca del ayuntamiento se eleva la torre gótica de San Juan, un mirador desde el que tomar perspectiva. Sede del museo de la resina, una actividad tradicional en Oña y la comarca.


Tan tradicional, que en el escudo de armas aparece la hoja del pino de donde se extrae esta sustancia. A partir de la resina se obtenían productos como la pez (o brea).


Un río de reminiscencias míticas, hermano pequeño del majestuoso Ebro modeló el espectacular desfiladero donde emergió Oña rodeada de bosques de pinos, una pequeña población que subsistió durante siglos gracias a la existencia del monasterio e iglesia abacial de San Salvador. Un pedazo de la historia de España se escribió aquí.


Rocas, pinares, saltos de agua, cañones, cascadas, algunas rapaces y un manto perenne de hojarasca otoñal conforman el marco natural. Medrar en estas tierras es cuestión de echarle agallas a la vida. Durante generaciones hombres y mujeres pelearon por cada palmo de suelo, por cada haz de leña y por cada miga de pan. Un entorno tan duro como hermoso. Una mañana invernal, con apenas un par de grados sobre cero y una espesa niebla, paseando por sus viejas calles, sentí en mi piel el sufrimiento de sus vecinos por mantener vivo este lugar.




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