“[...] un río, llamado
Labacolla, porque en un paraje frondoso por el que pasa, a dos millas
de Santiago . . . se quitaban la ropa, y por amor al Apóstol, solían
lavarse no sólo sus partes, sino la suciedad de todo el cuerpo. . .
“ (Aymeric. Cócide Calixtino). . . y así podían llegar limpios y
puros ante la tumba del Apóstol.
Otro de los múltiples rituales
que debía cumplir todo buen peregrino; un camino jalonado de ritos y
símbolos, como una prolongada escalera que es necesario ascender,
peldaño a peldaño, hasta lo más alto de nuestra alma.
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