Un negro cuervo, emisario del dios Akat, guía al clan del jabalí a través del frío páramo. Los jóvenes del clan debían superar un complicado ritual de iniciación; penetrar en la espesura del bosque y dar muerte a un salvaje jabalí macho; nunca a un hembra. El colmillo de la víctima colgará de su cuello y mostrará a todos que ya es adulto, y que ya es un guerrero. El siguiente paso será encontrar esposa y fundar su propio familia.
El clan del jabalí basa su
prosperidad en los ganados, que proveen de carne, piel y leche.
Marcan sus pastos y territorios utilizando toscas esculturas
zoomorfas. Sus poblados, con pequeñas cabañas de madera, los
situaban en altozanos y colinas desde la que podían controlar la
llanura. No existen ni jefes, ni reyes, las decisiones las toman en
grupo. Cuando no se alcanza consenso se consulta a los ancianos,
personas bendecidas por la experiencia, que se reúnen junto a un
encina sagrada.
Supervivientes natos, los
miembros del clan son duros y resistentes, capaces de cubrir enormes
distancias sin desfallecer, luchar contra enemigos mucho más fuertes
y vender cara la derrota. Territoriales y familiares, defienden a los
suyos con uñas y dientes. En tiempos difíciles, cuando el hambre
aprieta, no tienen problemas en alistarse como mercenarios en los
ejércitos vecinos. Nunca juran lealtad a nadie, se venden al mejor
postor, la supervivencia siempre por delante del honor.
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