Para tratar, siquiera
mínimamente, de alcanzar a conocer los arcanos jacobeos, hay que
subir a pie al Cebreiro y dejar que tu piel sea azotada por su
vientos. Susurros uranios que tratan de seducir a Gaia, si ella,
Madre Tierra, señora eterna, sucumbe a sus encantos, como resistir
el alma infantil e inocente de un sencillo peregrino. Me entrego
convencido a tu magia, invento mi propio sortilegio, bebo del brebaje
de esta tierra, me lleno de tu vitalidad, hincho mis pulmones con tu
bruma, las criaturas que moran aquí me señalan el camino.
Al pisar el mítico monte me
enamoré del lugar, la vista abrumaba mi alma y sus pallozas evocaban
mis sueños de historiador celta. Durante el ascenso me maravillaba
con los paisajes, sufriendo el desnivel e llenando el corazón de
real y auténtica libertad. Un triunfo personal, un reto para mi
cuerpo y un desafío para mi mente. Una vez arriba, regocijo del
espíritu y una ilusión cumplida, descubrir una aldea enigmática y
mágica, en el sentido absoluto de la palabra. Uno de esos días en
que uno se siente plenamente vivo y está agradecido de haber nacido.
El Sol reposa en otro lado del
planeta, mientras Selene, Emperatriz de los Cielos, desordena
corazones y mentes, los arranca de la falsa realidad cotidiana y los
conduce por el camino del autoconocimiento, que nos ha de llevar, en
definitiva, al único objetivo cierto, alcanzar la felicidad del alma
y del cuerpo, aquí volví a abrir los ojos tras una oscura época de
sombras, aquí volví a ilusionarme como un niño . . .
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