martes, 12 de abril de 2016

SALAMANCA, CENTRO INTELECTUAL DE LA HISPANIDAD.



Señora absoluta de una llanura ininterrumpida, tostada por el Sol, regada por el Tormes, compañero histórico y afluente del Duero. Universitaria y Renacentista, una urbe moderna que intenta resguardar su pasado medieval y aún su lejano origen vetón. Una urbe dinámica y siempre viva que hunde sus raíces en la protohistoria (signifique lo que signifique esa palabreja). Una Helmántica vettona (o vaccea, o sabe Dios de quién), conquistada por Aníbal, refundada por los romanos, prácticamene abandonada, resurgida al amparo de las conquistas leonesas y convertida en referente cultural universal a partir del siglo XIII. La universidad iguala a ricos y pobres, a patricios y plebeyos, el conocimiento nunca hizo distinciones de clases (y algunos por mucho que se empeñen nunca lograran adquirirlo). Dos catedrales que conviven en perfecta simbiosis y una Plaza Mayor de ida y vuelta, vertebran las calles donde podemos revivir las andanzas de Lázaro de Tormes y los amores trágicos de Calisto y Melibea, penetrar en el mundo del ocultismo, la hechicería y las artes mágicas de la mano de Celestina o el maléfico Marqués de Villena, empaparnos de la sapiencia de los doctos miembros de la Escuela de Salamanca o imaginar que asistimos a las clases magistrales de Fray Luis de León o Don Miguel de Unamuno, y maravillarnos con el arte del Renacimiento que une sin fisuras el gótico con el barroco.

La historia de Salamanca comienza en la protohistoria, un periodo impreciso que se extiende entre los límites difusos de prehistoria e historia, un tiempo en que vettones y vacceos ocupaban el territorio de la actual provincia de Salamanca.

Helmántica, identificada con Salamanca, aparece por vez primera en los anales de la historia cuando fue conquistada por el victorioso general cartaginés Aníbal Barca. Un siglo después de la Segunda Guerra Púnica, Salamanca entre definitivamente en la órbita romana cuando el general Décimo Junio Bruto, una vez derrotado Viriato, pacifica la zona de la Lusitania, comprendida entre el Tajo y el Duero, sometiendo a vettones y lusitanos. El puente de piedra que cruza el Tormes es el testimonio material del esplendor que vivió la ciudad bajo gobierno romano.


Desde época romana (y aún antes) Salamanca acoge a los viandantes (peregrinos, arrieros, pastores y comerciantes) que transitaban por centenares, por la inmemorial Vía de la Plata (transformada en la actualidad en cómoda autovía). Más allá de las murallas el toro vetón y el puente romano son vestigios pétreos del origen de Salamanca.

Con la desaparición del Imperio romano la Meseta quedó un tanto alejada de los centros de poder y de los circuitos comerciales, y en el 712 fue conquistada por los musulmanes. Poco o nada queda de aquella época en la ciudad, habría que levantar demasidad piedras y cavar muy hondo para encontrar los restos de la Salamanca islámica.


Ramiro II, rey de León, después de vencer a los musulmanes (con la colaboración de navarros y castellanos) en la batalla de Simancas (939) comenzó la repoblación y fortificación de algunas plazas en el Valle del Tormes, entre ellas Salamanca que debía presentar un aspecto de fortaleza que abandonó con los años. De esta forma, Salamanca quedó integrada, junto a Béjar, Alba de Tormes o Ledesma en una permeable línea defensiva. Una frontera que no pudo resistir la brutal acometida de Almanzor y sus huestes, que arrasaron la ciudad en el 981.

Tras la vorágine llegó el sosiego, y Alfonso VI la recuperó para el Reino de León (y para España). El trabajo repoblador de su yerno, Raimundo de Borgoña, la hizo recuperar bríos y la preparó para afrontar el futuro con garantías de éxito. En estos momentos comienza la historia medieval de la Salamanca cristiana. Cincuenta años más tarde se inicia la construcción de la Catedral Vieja.


En 1218 Alfonso IX de León, emulando a su primo Alfonso VIII de Castilla, fundó el Estudio General de Salamanca, base de la futura Universidad, reputado centro de escolástica medieval y del pensamiento renacentista en la época del Imperio Hispánico. Sus concurridas aulas han sido la meta de miles de estudiantes, los aplicados y los tunantes.


En Salamanca además se han tomado importantes decisiones en el ámbito de la política y de las relaciones internacionales. En 1381 se hace pública la Declaración de Salamanca, mediante la cual el Reino de Castilla reconoce obediencia al pontífice Clemente VII de Avignon, tras al Cisma de Occidente, y en el año 1505, Fernando el Católico, Juana I y Felipe el Hermoso firman el Tratado de Salamanca por el que acuerdan gobernar de forma conjunta los reinos de León y Castilla.


En el siglo XV los habitantes de Salamanca se dividieron en dos grupos o bandos enfrentados, apoyos y partidarios de sendas familias nobiliarias de rancio abolengo. Por culpa de este intestinal conflicto muchos vecinos vivían atemorizados y la ciudad no pudo prosperar durante un tiempo. La pacificación tuvo lugar en otoño del año 1476.


Durante el Medievo Salamanca apunta maneras, pero será a partir del Renacimiento cuando la ciudad de convierta en referente de la Hispanidad. Por sus calles, plazas y aulas discurrió la vida de fray Diego de Deza, uno de los principales valedores de Colón, y de sus viajes e ilusiones, y aquí los integrantes de la Escuela de Salamanca con Francisco de Vitoria a la cabeza, crearon un cuerpo doctrinal sobre derecho natural, internacional y teoría monetaria.

El pícaro y su maestro, no hay escuela mejor
que tropezar con gente que pretende aprovecharse de ti.
El gran Lope de Vega escribió de ella:
“La gran ciudad del mundo en nuestra España
que parece se miran las almenas
en el ameno Tormes que las baña
mirando con desprecio a las de Atenas”.


La Plaza Mayor, centro neurálgico y vertebrador de la urbe, barroca, diseñada por Alberto de Churriguera, adornada por efigies de reyes, auténtico hormiguero de gente, un ensordecedor murmullo que rompe el descanso hierático de la piedra. Como las venas y arterias que surten de sangre el corazón, las calles de Salamanca confluyen, en un movimiento de ida y vuelta en este espacio. Pese al paso del tiempo y el acontecer histórico, sigue cumpliendo a la perfección su función primigenia, ser un lugar de reunión social. Cuando el sol comienza a menguar, la plaza se sigue llenando de gente, niños y ancianos, salmantinos y turistas, erasmus y visitantes, y todos comparten sus vivencias.

Pasear por Salamanca es hacerlo por la historia viva de la arquitectura, edificios renacentistas con alma románica y construcciones góticas engalanadas con ornamentos barrocos... la casa de las Conchas, las dos Catedrales, los palacios, la Plaza Mayor, las torres señoriales, la Casa de las Muertes...como las mujeres, Salamanca te atrapa por su belleza....

...y al cabo nada importa...
Embaucan las añejas calles helmánticas, sus señeros edificios, su olor a libros y conocimientos, sus deliciosas tapas y su inigualable ambiente multicultural y polifacético.


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