Antes
de la génesis de las órdenes militares formadas por monjes
guerreros, en el seno del cristianismo ya existían obispos que
dirigían ejércitos sin ningún tipo de complejos. Ademar de
Monteil, obispo de la ciudad francesa de Le Puy, fue uno de los
participantes de la Primera Cruzada. Auténtico guía espiritual de
las fuerzas expedicionarias, fue nombrado legado apostólico del papa
artífice de la cruzada Urbano, negoció con Alejo Comneno en Nicea y
ayudó en lo que pudo para restablecer la disciplina entre los
envalentonados cruzados. Eso sí, nunca intentó imponer la
superioridad (teórica) de la iglesia occidental sobre la oriental.
Ademar debía ser consciente de su situación de inferioridad
espiritual en territorios tan alejados de Roma. Murió poco después
de la toma de Antioquía en la que participó al frente de unos
cuentos centenares de soldados.
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