domingo, 24 de enero de 2016

BURGUILLOS DEL CERRO.



Burguillos del Cerro, en la provincia de Badajoz, entre Zafra y Jerez de los Caballeros, cuenta una centenaria historia de moros, judíos y órdenes militares.

Una villa de gran solera, cuyo núcleo poblacional está situado al sur de su imponente castillo, y en el que sobresalen las casas solariegas con riquísima heráldica, los espacios abiertos situados en el llano, a los que abren sus puertas numerosos bares y restaurantes, y todo ello rodeado de bellísimos espacios adehesados.


Calles de casas encaladas y bajas, delineadas bajo la sombra protectora del viejo castillo templario, del que solo quedan ruinas.


El modelo de ocupación ha sido, prácticamente desde los primeros tiempos históricos, conformado por pequeñas núcleos de población, dispersos por todo el territorio, articulados en torno al recinto fortificado que existía en el lugar que hoy ocupa el castillo.


En el contexto general de la llamada (bien o mal) Reconquista, Alfonso IX de León entró en Burguillos en 1230, para perderla rápidamente ante el contragolpe musulmán. Años después, en 1238 Fernando III conquista definitivamente esta villa y la cede a la Orden del Temple.

Como parte del “Imperio Templario” Burguillos del Cerro perteneció al Bayliato de Jerez de los Caballeros. Tras la desaparición de la Orden (1314) la villa cambió varias veces de dueño, hasta que Enrique III la donó a Diejo López de Zúñiga (permanecerá en manos de la familia de los Zúñiga hasta la abolición del régimen señorial en 1837).


Entre los edificios religiosos cobra especial protagonismo (por su omnipresencia) la iglesia parroquial de Santa María de la Encina, con una maravillosa torre en estilo sevillano.


En uno de los extremos del núcleo de población, cerca del límite urbano, está enclavada la iglesia de San Juan Bautista.


Casas blancas de tejados rojizos perfectamente alineadas en manzanas y calles rectas, salvo la antigua judería más abigarrada. A media tarde, el Sol aún se encuentra en alto en el horizonte, y un lúgubre tañido de campanas, es el recuerdo de un lenguaje musical que se niega a fenecer. Mucho antes de la radio, el teléfono e Internet, existían las campanas para establecer comunicación a distancia.


Extremadura, tierra de pastos, dehesas y castillos, historia viva de la nación española.


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