El fiume Adige, serpentea
entre casas, palacios, iglesias, calles y torres, arteria viva y
sangrante, herido por una decena de puentes, articula, organiza el
entramado urbano y la vida de visitantes y habitantes, confiriendo una
aire relajante, que otorga el toque necesario y definitivo para
convertir Verona en una ciudad de ensueño.
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