domingo, 31 de mayo de 2015

RECINTO AMURALLADO DE RADA.



Resulta extremadamente complicado hacer desaparecer una ciudad de la faz de la tierra. El fuego y la artillería pueden barrer parapetos e incendiar techumbres, espadas y fusiles abonan la tierra con los cuerpos de sus habitantes, los cronistas e historiadores borran sus nombres de los libros y los registros; pero las piedras siguen en pie. Algo así debió ocurrir con Rada, fue arrasada, pero sus ruinas siguen ahí, recitando una letanía que el viento arrastra, cruzando impertérrita los campos y páramos de la Ribera navarra.


Sobre un aislado y solitario cerro, a 341 metros de altura, Rada, una villa de 12.500 metros cuadrados, desempeñó un destacado papel estratégico en el entramado defensivo meridional del Reino Medieval de Navarra. Desde el lugar donde se levantaba el torreón se domina una extensa llanura, inabarcable de una sola mirada, y es posible divisar numerosos enclaves: Caparroso, Olite, Ujué, Tafalla, Santacara y las Bárdenas Reales.


Situados ya en época plenamente cristiana, en una fecha próxima al siglo XI, existe registro documental de una atalaya defensiva, frente a la sempiterna amenaza musulmana. Llegado el siglo XIII el problema ya no era el Islam, sino dos molestos (y ambiciosos) vecinos, Castilla y Aragón. Y en estas circunstancias Rada fue consolidando su ventajosa posición.


Poco a poco, sin estridencias ni precipitaciones impropias de la evolución histórica, un destacado núcleo de población se fue desarrollando en el interior del recinto delimitado por murallas, aunque también existían viviendas diseminadas por el cerro. Una modesta comunidad que ocupaba más de setenta viviendas, se organizaban alrededor de una pequeña iglesia románica del siglo XI, y un cementerio de reducidas dimensiones.


Rada era un señorío laico, cuya autoridad era ejercida por un señor, primeramente del linaje de los Rada y después los Mauleón. En los complicados equilibrios de poder, el monarca, siempre receloso de los nobles, debía intentar por todos los medios, asegurarse su lealtad.


En los años finales del siglo XIII, villa y castillo fueron incorporados por la corona, en virtud de una acuerdo alcanzado con Enrique I. En 1307 el rey Luis Hutin cedio el castillo y la villa a Ojer de Mauleón (a cambio del castillo de Mauleón) permaneciendo Rada unida a este linaje hasta su trágico final.


El rey debía velar, en última instancia, por la defensa de su reino, aunque fuese de manera indirecta. A lo largo del siglo XIV el pequeño castillo sufrió tal deterioro, que en 1364 Carlos II, tuvo que destinar una importante partida económica para su reparación y puesta a punto.

Durante el siglo XV, Navarra vivió convulsionada por las tensas relaciones con la Corona de Castilla, y sobretodo por el estallido de una guerra civil a la muerte de la Reina Blanca. El motivo, la cuestión sucesoria. Los beaumonteses apoyaban a Carlos, Príncipe de Viana, como candidato al trono, mientras que los agramonteses, eran partidarios de su padre, Juan II.

Rada decidió apoyar al bando perdedor. En 1455 por orden de Juan II, el caudillo agramontés, Mosén Martín de Peralta puso cerco, asedió, conquistó y arrasó la ciudad, no dejando piedra sobre piedra, y entregándola al fuego y al saqueo. Solo se salvó la iglesia de San Nicolás. El viento, las lluvias y las tormentas hicieron el resto.


En 1462, Carlos murió de tuberculosis (o envenenado) y el rey Juan ablandó su corazón y decidió mostrarse magnánimo, perdonando a sus partidarios. Eso sí, no pudo resucitar a los que habían muerto. Concedió licencia a los habitantes de Rada para que pudiesen recuperar sus heredades. Fue un intento infructuoso, Rada agonizaba y se había abandonado a una muerte segura. La reconstrucción del poblado se hizo imposible, continuamente frenada por la propia corona, legando a la posteridad un enclave para la fantasía y la pesadilla.

En 1492, un año de gran relevancia para la España Invertebrada, Tristán de Mauleón, señor de Rada en el momento, vendió el desolado, que permaneció olvidado y descarnado en manos privadas, que nunca tuvieron claro que hacer con él. Quizás los fantasmas del pasado impidieron cualquier actuación. En 1981, cuando soplaban vientos de cambio en España - cuarenta años más tarde que en Europa Occidental - fue donado al gobierno de Navarra, que proyectó su recuperación y puesta en valor, comenzando las campañas de excavación en 1984.



En el lado oriental del recinto se ubica la única puerta identificada, de la que se conservan cuatro sillares perfectamente tallados. En el exterior es posible distinguir tres escalones que comunicarían el camino de acceso a Rada con la puerta de entrada que conduce a la calle de la Ermita.


Muy posiblemente habría otra puerta en el lado norte, coincidiendo con el acceso actual al yacimiento, que comunicaría el exterior directamente con la principal vía del poblado.



Todas las ciudades, de cualquier época, tienen una vía principal, en Rada se conoce como la Calle de la Ermita, y pudo actuar como eje vertebrador de la actividad de la población, pues cruza el asentamiento longitudinalmente y además tiene intersecciones con el resto de calles.


Cuatro calles estrechas (2 -3 metros) estructuran el área de habitabilidad en el interior del recinto, y en torno a ellas se van distribuyendo los edificios del poblado, que serían bastante humildes. Eran casas de dos plantas, de piedra, con los suelos de tierra batida mezclada con cal y cubiertas de madera, ramas y tejas.


La iglesia, más bien de ermita, de San Nicolás, es un coqueto edificio románico del siglo XI con espadaña, construido con gruesos sillares. Posee dos entradas, que permiten penetrar a un interior sobriamente decorado, en el que se distingue una planta rectangular de una nave de tres tramos que culmina en ábside semicircular.


Los poderes comparten espacio, para vigilarse muy de cerca, de tal forma que la Casa del Tenente, se ubica junto a la Iglesia. Es un auténtico complejo constructivo formado por seis habitaciones, cinco de los cuales están comunicadas entre sí. Se trata de una construcción diferente al resto, con unos 270 metros de superficie y con un único acceso a la Calle de la Ermita.

Su situación estratégica, entre la iglesia y la entrada oriental, en la esquina donde convergen las dos calles más importantes, y la protección que le prestan la iglesia, las murallas y un tramo del edificio, hacen suponer que se trata de la casa del Tenente o Gobernador, representante del rey en esta zona.


Justo en la esquina, una estancia independiente de las demás, con acceso propio, que ha sido interpretada como un puesto de guarida, desde el que era posible controlar ambas calles, e incluso yendo un poco más allá, la entrada misma al cerco.


Junto a la iglesia, en el lado sur, se sitúa la necrópolis, la ciudad de los muertos. Recuerdo de una época en que no era necesario sacar a los muertos de la ciudad de los vivos. Durante las excavaciones arqueológicas se han exhumado unos ochenta individuos, entre niños, jóvenes y adultos.

La mayoría de estos enterramientos no presentan ajuar, salvo alguna anilla, un puñal y una hebilla de cinturón. Por otro lado existe una gran variedad tipológica de enterramientos, individuales que conservan posición anatómica, otros a los que se han añadido restos de otros individuos, enterramientos dobles, fosas utilizadas como osarios.


Brilla el sol, pero hace frío mientras paseamos por las derruidas calles de Rada y encontramos las ruinas de una vivienda de dos pisos y planta rectangular, reconstruida con muros de mampostería en la parte inferior. La puerta de entrada se abre a la Calle de la Ermita, y el suelo de la vivienda estaba formado por roca caliza cubierta por una capa de tierra batida.


En el interior se ha localizado el resto de un hogar y de una columna central que sustentaba el segundo piso, la que se accedía por una escalera de obra. El segundo piso se construía con madera y solía ser el dormitorio familiar.


En la zona oeste del poblado nos encontramos con un abigarrado grupo de viviendas que se abren a la calle, formando una línea quebrada.


Imprescindible para el abastecimiento de agua de los habitantes del poblado, el aljibe es una enorme cisterna donde se almacena el grupo de lluvia. El aljibe de Rada, excavado en la roca, y con una profundidad de 3'5 metros, tiene una capacidad de cien metros cúbicos. La parte superior está construida con hileras de sillares y este depósito debía ser comunal y se destinaba al consumo y suministro de toda la población y de los animales. Era la única forma de proveer de agua al poblado.


El donjón o torreón es el más destacado de los paramentos defensivos de Rada. Presenta planta circular y conserva tres metros y medio de altura, aunque se calcula que bien pudo alcanzar los quince metros. Un foso rodea uno de los flancos acentuando su carácter defensivo y aislándola del resto de la fortificación.


Concebida como una torre almenara, aislada del resto de la fortificación por un foso, cumplía funciones de defensa y vigilancia. Desde esta torre era posible comunicare mediante señales luminosas o de humo con otras torres, o lugares visibles como Ujué, Peralta o Marcilla, cubriendo con eficacia la línea defensiva del acceso a Pamplona desde el sur.


Otra hipótesis lo identifica con un donjón, con función claramente defensiva, que se convertiría, cuando las circunstancias obligasen a ello, en último refugio y reducto de resistencia en caso de ataque. El acceso se situaba a media altura y no presenta unidad residencial, sino que estaba destinado a uso de guarnición y arsenal.



La muralla que protege y delimita la ciudad medieval, se asienta en el borde de una plataforma caliza que cubre el cerro donde se asienta Rada. Únicamente se mantiene en pie un lienzo de la muralla con dirección N-S, de unos cien metros de longitud, y que presenta restos de dos bestorres, a saber, torres abiertas por la gola que apenas sobresalen en el exterior. En esta parte, precisamente la más accesible del cerro, la muralla tendría al menos tres plantas de altura.


Existen determinados lugares que se resisten a morir, a pesar de flotar a la deriva arrastrados por la corriente, al igual que sucede con algunas personas. El Desolado de Rada es sin duda alguna, uno de esos lugares. Consciente de la brevedad engañosa de la vida, que diría Góngora, el Ser Humano lleva toda su existencia (como especie) intentando guardar su pasado, contar su historia, alcanzar la eternidad y trascender en el tiempo a través de la piedra. La piedra ha demostrado ser más veraz, certera e invulnerable que la propia historia escrita y la tradición oral. Cuevas, dólmenes, menhires, pirámides, iglesias, y castillos están ahí. Habría que sumarles las modernas estructuras de hormigón y acero. Pero creo que no es lo mismo, me parece que el hormigón armado no transmite las mismas sensaciones que la piedra, debido quizá a ser menos erosionable, más inmutable y carente de personalidad. Entonces !horror¡, dejamos de utilizar la piedra, la sustituimos por la fibra, el plástico y el hormigón. ¿Significa esto el fin de la historia? ¿Hablarán de nosotros en el futuro como la Edad sin Historia? ¿Pueden los bits conservar la memoria de nuestra historia de igual manera que lo hacen las piedras? Existían megalitos, petroglifos y pinturas rupestres hace varios milenios, ¿habrá ordenadores dentro de 20.000 años?. El ser humano abandonó la senda de la Naturaleza, y más temprano que tarde, pagará su error. Menhir, dolmen, venus, verracos, esculturas, ermitas, castillos, iglesias, pallozas, castros, bancos, adoquines, bifaces, mampostería....siempre buscamos piedras para conocer la historia de nuestros ancestros, que nunca olvidemos es la nuestra misma, ¿qué buscarán en el futuro para conocer nuestro mundo?...ipods, tablets, ordenadores, teléfonos...en nuestra sociedad de lo efímero, también nosotros nos hemos vuelto de tal condición. Posiblmente nadie entienda mis palabras en su sentido más amplio y profundo, salvo las mentes más inquietas, los espíritus más críticos e inconformistas, y algún que otro personaje avispado e inteligente, pero me parece que en la era de internet, el ser humano está desarrollando una velocidad vital antinatural y unos patrones de comportamiento antivitales. Y las consecuencias las vamos a pagar.


Hasta los fantasmas hace tiempo que abandonaron este descampado, pero las piedras, siempre las piedras, continúan ahí, guardando la memoria, celosas de las Historia. Y cuando el último navarro olvide el nombre de Rada, ellas permanecerán en el cerro, amnésicas, pero vivas.




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