domingo, 31 de mayo de 2015

EL VERRACO DE BOTIJA.



He cruzado varias veces la geografía de la Península Ibérica, buscando verracos de piedra esas esculturas zoomorfas características de la protohistoria, de la Edad del Hierro en la Meseta occidental. A veces los he buscado a conciencia rastreando mapas y catálogos. En otras ocasiones el encuentro fue fortuito. El último lo encontré en al Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, aunque pertenece al fondo del Museo Provincial de Cáceres.


Un verraco, posiblemente un jabalí, con las patas delanteras ligeramente flexionadas en actitud tensa, agresiva, con los jamones bien delimitados, y en cuya cabeza podemos intuir perfectamente las orejas, en sendas cazoletas en ambos perfiles. Esculpido en granito, muy bien tallado, presenta una anotamomía bien marcada, mide 90 cm de altura, 70 cm en su base y 30 cm de grosor. Fue hallado en el recinto Norte del Castro de Villaviejas del Tamuja, en Botija, provincia de Cáceres. En el castro en cuestión han aparecido más verracos que presentaban diferentes características de forma y estilo.

La interpretación de la función, o funciones, de estas esculturas ha sido, desde hace mucho tiempo, uno de los debates más apasionantes de la arqueología ibérica. En esta ocasión vamos a ceder la palabra a un experto, Manuel Bendala.


"En el menguado capítulo de las producciones artísticas de los pueblos que nos ocupan, sobre todo el correspondiente a las llamadas artes mayores, los verracos tienen un lugar de honor por muchas razones. Entre ellas por su contundencia formal, la importancia que debieron tener habida cuenta su número y el gran esfuerzo que su realización debía de suponer, ya que en muchos casos son esculturas de gran tamaño y en ocasiones gigantescas, que superan con mucho los dos metros de largo, como es el caso de los famosos toros de Guisando. Ocurre además que los verracos son para muchos españoles esculturas particularmente entrañables; presentes siempre - en parques, jardines, plazas, caminos -, han llegado a ser mucho más que productos del pasado o piezas de museo: son una referencia frecuente en nuestra literatura y se ha producido una identificación con ellas verdaderamente insólita en el panorama de nuestras antigüedades, de modo que - como tuve de ocasión de escribir en otro lugar - es posible que en la figura solemne, sobria, rotunda del verraco, vean muchos una feliz expresión del carácter castellano.

Conviene recordar que por verracos se conocen genéricamente las esculturas de toros y cerdos de los ambientes particularmente vettones, aparecidas en una amplia región que integran aproximadamente lasa provincias de Ávila, Toledo, Cáceres, Salamanca, Zamora, Segovia y algunas portuguesas (Tras-os-Montes y Beira Alta). Aparecen los animales esculpidos con su peana o plinto en un único bloque de piedra, por lo general granito; se hallan de pie, rígidos y frontales, con las patas fundidas en bloques delante y detrás, con un sobrio estatismo que rompen algo las estatuas de cerdo, echados más o menos ligeramente hacia atrás en postura de acometida. Se ha discutido si se trata de estatuas totémicas, exvotos de sacrificios o quizá términos o hitos camineros. Parece que tuvieran en realidad significados múltiples, según el sitio y el tipo elegido en cada caso. Muchas tienen significado funerario (bastantes portan epígrafes funerarios en latín), y aparecen asociadas a tumbas, con un sentido sacro que puede ir desde simbolizar la vida que se desea al muerto, a ejercer sobre él un papel protector o, como suele decirse, apotropaico.

Hubieron de tener este significado protector y sacro algunos hallados junto a las cercas defensivas, como los mencionados de Las Cogotas. En estos días, precisamente, se ha descubierto un verraco excepcional, tallado en la misma roca junto a la puerta de San Vicente de la ciudad de Ávila, flanqueando la entrada, en un nivel más bajo que el piso actual; se apoya en la escultura la prolongación hacia afuera de una torre de la muralla medieval que flanquea una puerta de entonces, situada en el mismo punto que la antigua, y es posible que otro verraco estuviera (o esté aún sepultado) al otro lado de la entrada. Se supone que muchos verracos, situados en zonas de pastos y de manantiales, tuvieran la función de señalar el control de los recursos en el paisaje pastorial regentado desde los castros, siempre con una dimensión simbólica, votiva o sacra y de protección o señalamiento difícil de precisar. Lo mismo que ocurre con su cronología, aunque cabe pensar, por los datos disponibles, en una producción que puede remontarse a mediados del milenio y adentrarse en época romana.


Son, en cualquier caso, un símbolo perfecto de una sociedad eminentemente ganadera, dedicación principal atribuirle al conjunto de la Hispania indoeuropea y céltica".  


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